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25 noviembre, 2016

¿Tienen derechos los animales?

— ¡Eh, Francisca, ¿tú que crees?, ¿tienen derechos los animales? —dijo Lisa.

— Tú me estás tomando el pelo —rió Francisca—. Algunos no quieren admitir ni que las personas tenemos derechos, así que quién admitiría que los animales los tienen. Además, puedo imaginarme algún día de abogada en los tribunales defendiendo a un gato al que le han pisado la cola.

— ¿Y qué piensas de los niños? —añadió Marco—. ¿Tienen derechos?

— ¡Los niños! —rió Francisca de nuevo—. Están a medio camino entre las personas y los animales. Así es como piensan algunos.

— Los niños adquieren derechos cuando crecen —comentó Bernardo Bejarano.

— ¡Qué va! —dijo Marco—. Uno tiene derechos desde el momento en que nace. Tienes derecho a ser alimentado y vestido. Tienes derecho a la salud y a la educación. Tienes un montón de derechos desde que eres un chiquillo.

— Pero, ¿y los animales? —insistió Lisa—. ¿Tienen derecho a que no los maten y se los coman?

— Ellos tienen derecho a matarnos y comernos si nos atrapan —contestó Bernardo—, y nosotros tenemos derecho a matarlos y comerlos a ellos si los atrapamos.

— ¿Es lo mismo respecto de las personas? —Preguntó Harry— ¿Es precisamente el ser capaz de capturarlos lo que nos da derecho a matarlos? 

— Por supuesto —contestó Bernardo—. Y cuando esto ocurre lo llamamos guerra y eso está permitido.

Matthew Lipman, Lisa

03 diciembre, 2015

幸せ

幸せのドアが一つ閉まったとき、もう一つ別のドアが開く。
しかし、たいていの人は閉まったドアを見ている。
だから開いているドアが見えないのだ。

-- ヘレン・ケラー

05 septiembre, 2015

"La mayor parte de los hombres no quieren nadar antes de saber"

Vea: "La mayor parte de los hombres no quieren nadar antes de saber". ¿No es esto espiritual? ¡No quieren nadar, naturalmente! Han nacido para la tierra, no para el agua. Y, naturalmente, no quieren pensar; como que han sido creados para la vida, ¡no para pensar! Claro, y el que piensa, el que hace del pensar lo principal, ése podrá acaso llegar muy lejos en esto; pero ése precisamente ha confundido la tierra con el agua, y un día u otro se ahogará.

Herman Hesse
El lobo estepario.

20 mayo, 2015

Vous désirez?

Je vais vous raconter une histoire pour commencer, une histoire que j'invente, ou plutôt une anecdote. On peut choisir le nom de Paul. Disons que Paul est dans la rue avec sa mère en fin de journée. Paul dit: "Maman, j'ai besoin de faire pipi". Sa mère lui répond: "Bon, on va entrer dans un café". Paul part aux toilettes, sa mère s'assied parce que quand on va dans un café quelques fois, on se fait renvoyer si on va faire pipi sans prendre une consommation. La mère de Paul s'assied, le serveur vient et lui dit: "désirez?". La mère de Paul dit "un café". On lui apporte le café, Paul sort des toilettes, rejoint sa mère et il dit: "Oh moi je voudrais un coca". Sa mère lui dit qu'elle n'aime pas trop qu'il boive toutes ces choses sucrées, ce n'est pas bon. "Oui mais j'ai envie". Paul est un bon garçon, il n'y a rien à lui reprocher. Sa mère cède: "D'accord, mais une toute petite bouteille", celle qu'on ne trouve pas partout d'ailleurs mais dans ce café il y en a. On apporte le coca, Paul le boit. Pendant ce temps il regarde plus loin dans le café, il y a deux copines qui se parlent. Ol trouve une des filles assez jolie, elle sent que Paul la regarde et tourne la tête, elle le regarde aussi gentiment. C'est tout. La mère de Paul dit qu'il faut y aller, ils sortent. C'est la fin de la journée, c'est l'hiver, imaginons qu'on n'est pas dans une grande ville, les lumières n'empêchent pas de voir le ciel, c'est un beau ciel très éloigné. Paul regarde le ciel, je ne peux même pas dire qu'il pense, il a une sorte de sentiment face à ce grand ciel et ses étoiles. Ce sentiment qu'il a eu en regardant la fille qui lui plaisait bien. Et voilà l'histoire est finie, c'est tout. Il rentre à la maison. Je ne sais rien de la suite, je n'ai pas dit qu'ils se sont mariés, qu'ils ont vécu heureux avec beaucoup d'enfants, ni que Paul est monté vers les étoiles, s'il était devenu cosmonaute.
Ce que je voulais mettre en histoire, ce que je veux essayer de vous faire entendre c'est la différence entre des états comme avoir besoin, avoir envie du coca, vouloir et désirer. Cela touche à quelque chose de très important parce que tout le temps, tous les jours, peut-être presque toute la journée, nous avons des besoins, des envies, des désirs, nous attendons quelque chose, nous voudrions quelque chose, nous espérons quelque chose. Nous sommes aussi souvent déçus quand nous n'avons pas eu ce que nous attendions, espérions. Néanmoins, malgré cette succession interminable d'attentes, d'envies, de désirs et de déceptions, nous continuons. D'une certaine façon, on peut dire que vivre, c'est ça. Quelqu'un qui n'attend plus rien, qui n'a plus envie de rien, il arrête de vivre.

Jean-Luc Nancy
Vous désirez? - Les petites conférences

07 agosto, 2014

El viento Matteo

- Nunca habíamos oído a Matteo tan inspirado - decía-. Seamos sinceros, por lo general, cuando cataba en el bosque, se oían unos efectos sonoros malísimos. Ni que decir tiene que a los lugareños les encantaba, pero a aquello no se le podía llamar música. Es inútil, para ser un verdadero artista es preciso estar de mal humor. Y Matteo antes estaba demasiado satisfecho consigo mismo, siempre estaba muy contento y seguro de sí. Sólo aquel día, después de haber perdido la batalla, lo encontré realmente magnífico. Allí no había follajes de árboles para hacer los matices y los suspiros, desde el punto de vista acústico, esas quebradas son nefastas. Si la música no es auténtica, no sale absolutamente nada, no hay trucos que valgan. Y sin embargo, Matteo cantó unas canciones preciosas hasta la mañana siguiente, acompañadas tan solo por el susurro de los desprendimientos de tierra. El único que lo escuchaba era yo; se le notaba realmente desesperado. No, no lloré, porque en una araña hubiera quedado ridículo, pero os aseguro que cualquier otro en mi lugar, cualquier otro...

El secreto del bosque viejo
Dino Buzzati

14 julio, 2014

Caballo blanco no es caballo

- "¿Un caballo blanco no es un caballo" es lógicamente admisible?
- Sí.
- ¿De qué manera?
- "Caballo" es lo que nos permite nombrar la forma, "blanco" es lo que nos permite nombrar el color. Nombrar el color no es nombrar la forma. Por eso digo: "Caballo blanco no es caballo". (...)
- Objeción: Consideráis que un caballo que tiene un color no es un caballo. Sin embargo, en el universo entero no hay caballos sin color. ¿Puede admitirse que no haya caballos en el universo?
- Respuesta: Ciertamente, los caballos tienen color, por eso hay caballos blancos. Suponiendo que los caballos no tuvieran color y que sólo hubiera caballos a secas, ¿cómo se distinguiría un caballo blanco? Así, el blanco no es el caballo. "Caballo blanco" es la combinación de "caballo" y de "blanco". Por eso digo: "Caballo blanco no es caballo".

Cheng, A. 2002. Historia del pensamiento chino
Capítulo V: Discurso y lógica en los Reinos Combatientes.
Barcelona: Edicions Bellaterra. Pg 134.

14 junio, 2014

En placentera libertad

Un corto entendimiento no se puede comparar con un gran entendimiento, ni un ser de corta vida con otro de prolongada existencia. ¿Cómo sabemos que es así? Un insecto que nace por la mañana y ya esa misma tarde muere, no sabe  lo que es la luna; la cigarra que no vive más de dos estaciones, ignora lo que es un año; son dos ejemplos de corta vida. Al sur de Chu vive una tortuga prodigiosa para la que quinientos años son una primavera, y quinientos años un otoño; y aún más, que en la remota antigüedad había una gran cedrela para la que ocho mil años era una primavera, y otros tantos un otoño. He ahí dos ejemplos de prolongada existencia.


Zhuang, Zi. 
Maestro Chuang Tsé. 
Libro I. En placentera libertad.
Trans. Iñaki Preciado. 
Barcelona: Kairós, 1996. 

15 mayo, 2014

La Creación del Mundo. Los Primeros Dioses.

Cuando por primera vez se separaron el Cielo y la Tierra, las deidades que surgieron en el Altiplano del Cielo fueron estas: Ame-no-mi-naka-nushi-no-kami, Taka-mi-musubi-no-kami y Kami-musubi-no-kami. Estas tres deidades nacieron independientes (1) y sin jamás mostrar su forma.

Luego, cuando la Tierra aún no se había solidificado por ser todavía joven y se asemejaba a una superficie de aceite flotante y a la deriva como una medusa, surgió una fuerza vital la cual, como si se tratara de un brote de juncos que crece en un pantano, acabó convirtiéndose en [el dios] Umashi-ashi-kabi-hikoji-no-kami y después en [el dios] Ame-no-toko-tachi-no-kami. Estas dos deidades nacieron independientes y sin jamás mostrar su forma.

Estas cinco divinidades ocupan un lugar muy especial entre los dioses celestiales.

Las siguientes deidades que nacieron fueron Uhiji-ni-no-kami y, después, su hermana, la diosa Suhiji-ni-no-kami.

A continuación, nacieron Tsuno-guhi-no-kami y, después, su hermana, Iku-guhi-no-kami.

A continuación, nacieron Oo-to-no-ji-no-kami y, después, su hermana, Oo-to-no-be-no-kami.

A continuación, nacieron Omo-daru-no-kami y, después, su hermana, Aya-kashiko-ne-no-kami.

A continuación nacieron Izanagi-no-kami y, después, su hermana, Izanami-no-kami.

Desde el dios Kuni-no-toko-tachi hasta la diosa Izanami, todas estas deidades forman las generaciones conocidas como "Las siete Generaciones de la Era de los Dioses".



[Nota 1: Es decir, a diferencia de las parejas de deidades masculinas y femeninas, nacieron uno a uno sin contraparte, solos y asexuados. Más tarde, sin embargo, veremos que los dos últimos engendrarán hijos.]

KOJIKI
Crónicas de antiguos hechos de Japón

El gran espejo de amor entre hombres

Si echamos un vistazo al libro de historia japonesa Nihon Shoki se entiende fácilmente, aun sin ser experto, que cuando nacieron el Cielo y la Tierra, apareció algo semejante a un brote de juncos, algo que se convirtió en un dios con el nombre de Kuni-toko-tachi. A partir de entonces, el camino del yang, es decir, la fuerza masculina, existió a lo largo de tres generaciones sucesivas de dioses. Ahí está el origen de la homosexualidad y del ejercicio de la Vía del amor viril [nan shoku dou 男色道] o amor entre hombres.

A partir de la cuarta generación de dioses, hubo ya relaciones sin ningún control entre el yin y el yang, es decir, entre la fuerza femenina y la masculina, siendo desde entonces cuando empezaron a aparecer dioses y diosas. Y, lamentablemente, a partir de aquel tiempo ensuciamos los ojos cada vez que miramos cómo se arreglan el pelo las mujeres, tanto el peinado antiguo Sagegami como el peinado del estilo actual Nage Simada que en nuestros tiempos las mujeres aderezan a base de aromas de aceite de flor de ciruela; sí, manchamos todavía más la mirada cuando nos fijamos en cómo las mujeres mueven con suavidad las caderas delgadas que envuelven en ropa interior de color rojo.

En un país donde faltan jóvenes guapos, tales son los medios de que se valen las mujeres para encandilar a viejos jubilados. Pero cuando uno se halla en la plenitud de su virilidad, ni esas artimañanas ni las mismas mujeres son compañía digna para un hombre, ni siquiera para conversar.

¡Vamos, vamos, que estamos tardando en franquear la maravillosa puerta tras la que se abre la Vía del amor viril[男色道]!

Día de Año Nuevo.
Año 4 de la Era de Jokyo [1687], año del Conejo del signo del Fuego Yin.

Ihara Saikaku
El gran espejo del amor entre hombres.
Historias de samuráis.
Prefacio del autor

10 febrero, 2014

El cuerpo de un hombre

El cuerpo de un hombre es como el brillo de una llanura luminosa de la que se tiene una perfecta perspectiva. A diferencia del cuerpo femenino, no ofrece el asombro de descubrir un pequeño manantial en cada paseo, tampoco una mina, donde, al adentrarse uno, percibe cristalizaciones. Todo es exterior, la encarnación de la pura belleza visible. Uno pone todo su amor, todo su deseo en la primera curiosidad ardiente, y luego el amor invade el espíritu o se desliza alegremente sobre otro cuerpo. Aunque aquella fuese su primera experiencia, Yuichi se sentía en condiciones de razonar del modo siguiente: "Si mi amor solo se manifiesta durante la primera noche, la torpe repetición de una copia no hará más que traicionarnos a los dos. No debo juzgar mi sinceridad en función de la sinceridad del otro. Sin duda mi sinceridad perpetuará indefinidamente la primera noche como amantes siempre renovados y mi amor no será más que ese único tramo, que no cambiará sea quien sea el otro, y parecido a un violento desprecio".

Mishima Yukio, "El color prohibido".

27 octubre, 2013

Amigos y libros

La juventud tiene [Solveig diría: debería tener] dos grandes compañeros: los amigos y los libros. Los primeros son de carne y hueso, y cambian con los años. En determinado momento, el paso de los días les hace perder su emoción, pero esta pérdida se recupera en otro momento con un nuevo amigo. En cierto sentido, con los libros pasa lo mismo. Hay ocasiones en que el libro que a uno le impresionó en una determinada época de la juventud, cuando se vuelve a tomar en las manos años más tarde, ya ha perdido el encanto y se asemeja a un cadáver de lo que habíamos conocido. De todos modos, la mayor diferencia entre los libros y los amigos reside en que estos últimos cambian, pero los libros no. Aunque yazga cubierto de polvo en un rincón de la estantería, el libro conserva obstinadamente su propia vida y filosofía. Lo único que podemos hacer es acercarnos o alejarnos, leerlo o ignorarlo, cambiar incluso nuestra actitud hacia él, pero nada más.

Mishima, Yukio. La ética del samurái en el Japón moderno.
2013, Alianza Editorial. (13)

葉隠れの入門

A través de las duras críticas que se formulan en Hagakure contra las personas que sobresalen en alguna habilidad o talento, se puede distinguir el nuevo valor de aquellos tiempos según el cual se idolatraba a cualquier persona que destacara en algo.

En nuestros días, paralelamente, se considera héroe a un jugador de béisbol y a una estrella de la televisión. Cualquier individuo que se especializa en una habilidad que gusta al gran público se convierte en títere de su técnica y encarna los valores de una época. En este sentido no hay diferencia entre técnicos y gente famosa.

Vivimos en una época de tecnócratas que, al mismo tiempo, es la época de gente con algún talento. La persona con una habilidad extraordinaria enseguida cosecha aplausos entusiastas de la sociedad. A la vez, la gente está bajando el listón de los objetivos de la vida: se trata sólo de llamar la atención al máximo o de parecer muy importante. Se cae en la mera función de pieza de un engranaje o de número de una función. A la luz de esta tendencia, produce cierto alivio leer la crítica que realiza Yamamoto a técnicos y artistas:
Eso de que el artista se puede ganar la vida en todas partes puede ser verdad en el caso de samurais de otros señoríos. En el nuestro, el arte es la base del fracaso. Una persona que sobresalga en un arte no es un samurai, sino un artista.
Así se pensaba en el tiempo de Hagakure: "Si para el mundo no significa nada que vivas o que mueras, es mejor que vivas" (capítulo 1). Es natural que el instinto humano, en una situación de vida o muerte, se incline por la vida. Sin embargo, cuando una persona trata de vivir con belleza y morir igualmente con belleza, el apego a la vida traiciona siempre la noción de belleza. Es difícil vivir y morir bellamente. También lo es vivir y morir con extrema fealdad. Es algo innato a la naturaleza humana.

Mishima, Yukio. La ética del samurái en el Japón moderno.
2013, Alianza Editorial. (27-29)

04 octubre, 2013

El San Sebastián de Mishima


Un día, aprovechando que un resfriado leve me había impedido ir a la escuela, cogí unos cuantos volúmenes de reproducciones de obras de arte que mi padre había traído como recuerdo de sus viajes por tierras extranjeras, y los llevé a mi dormitorio, donde las examiné atentamente. Me deleitaron de modo especial los fotograbados de esculturas griegas que había en las guías de diversos museos italianos. En lo referente a representaciones del desnudo, aquellos grabados en blanco y negro eran, entre las muchas reproducciones de obras maestras, las que más agradaban a mi fantasía. Esto probablemente se debía al simple hecho de que, incluso en las reproducciones fotográficas, la escultura parecía más realista. Fue la primera vez que vi esos libros. Mi tacaño padre, llevado por el temor de que unas manos infantiles tocaran y mancharan los grabados, y temiendo asimismo —¡y cuan erróneamente!— que me sintiera atraído por las mujeres desnudas, había mantenido aquellos libros ocultos en los más profundos rincones de una alacena. Y, en cuanto a mí, hasta aquel día ni siquiera soñé que las imágenes de aquellos libros pudieran ser más interesantes que los dibujos de los semanarios de aventuras. Comencé abriendo un volumen por una de sus últimas páginas. Y de repente ante mi vista apareció, en un ángulo de la página siguiente, un cuadro que me causó la ineludible impresión de que había estado allí, esperándome, para que yo lo viera. Era una reproducción del San Sebastián de Guido Reni que se encuentra en la colección del Palazzo Rosso de Genova. El negro y levemente inclinado tronco del árbol de la ejecución destacaba sobre un fondo a lo Tiziano, formado por un bosque melancólico y un cielo sombrío y distante. Un joven de notable belleza estaba, desnudo, atado al tronco del árbol. Tenía las manos cruzadas en alto, por encima de la cabeza, y las cuerdas que le ceñían las muñecas estaban a su vez atadas al árbol. No se veían más ligaduras, y la desnudez del joven sólo la paliaba un burdo paño blanco, flojamente anudado a la altura de las ingles. Supuse que se trataba de la representación del martirio de un cristiano. Pero como la obra se debía a un pintor de la escuela ecléctica surgida del Renacimiento, incluso la pintura de la muerte de un santo cristiano desprendía un fuerte aroma a cultura pagana. En el cuerpo del joven —que recordaba el de Antíno, el amado de Adriano, cuya belleza tantas veces ha inmortalizado la escultura— no se veían rastros del duro vivir o de la decrepitud que en tantas representaciones de santos se ven. Contrariamente, en aquel cuerpo sólo había juventud primaveral, luz, belleza y placer. Su blanca e incomparable desnudez resplandece sobre el fondo crepuscular. Sus brazos musculosos, brazos de guardia pretoriano acostumbrados a tensar el arco y a blandir la espada, están alzados en grácil ángulo, y sus muñecas atadas se cruzan inmediatamente encima de la cabeza. Tiene la cabeza levemente alzada y los ojos abiertos de par en par, contemplando con profunda tranquilidad la de los cielos. No es dolor lo que emana de su terso pecho, de su tenso abdomen, de sus caderas levemente inclinadas, sino una llama de melancólico placer, como el que produce la música. Si no fuera por las flechas con la punta profundamente hundida en el sobaco izquierdo y en el costado derecho, parecería un atleta romano descansando de su fatiga, apoyado en un oscuro árbol de un jardín. Las flechas se han hundido en la carne tersa, fragante y juvenil, y pronto consumirán el cuerpo, desde dentro, con llamas de supremo dolor y éxtasis. Pero la sangre no mana, y no hay aún la multitud de flechas que se ven en otras representaciones del martirio de san Sebastián. Esas dos solitarias flechas proyectan sus calmas y gráciles sombras en la tersura de su piel, como las sombras de una rama en una escalinata de mármol. Pero todas estas observaciones e interpretaciones son posteriores. Aquel día, en el instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de pagano goce. Se me levantó la sangre y se me hincharon las inglés como impulsadas por la ira. Aquella parte monstruosa de mi ser que estaba apunto de estallar esperó que la utilizara, con un ardor sin precedentes, acusándome por mi ignorancia, jadeando indignada. Mis manos, de forma totalmente inconsciente, iniciaron unos movimientos que nadie les había enseñado. Sentí que algo secreto y radiante se elevaba, con paso rápido, para atacarme desde dentro de mí. De repente estalló y trajo consigo una cegadora embriaguez… Pasó cierto tiempo y, luego, sintiéndome desdichado, miré alrededor de la mesa escritorio tras la que me hallaba. Un arce que crecía junto a la ventana proyectaba sobre todas las cosas un resplandeciente reflejo, lo proyectaba sobre un tintero, sobre mis libros escolares y mis apuntes, sobre el diccionario, sobre el cuadro de san Sebastián. Había salpicaduras blancas como las nubes en todas partes, en el título de letras doradas de un libro de texto, en el cuello del tintero, en un ángulo del diccionario. En algunos objetos las salpicaduras resbalaban perezosamente, con plúmbea pesadez, en otros lanzaban un brillo mate, como los ojos del pescado. Afortunadamente, mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara. Ésa fue mi primera eyaculación. Y también fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi «vicio». (…)

Mishima, Y. (1948, 2010) Confesiones de una máscara.
Madrid: Alianza editorial. 

29 septiembre, 2013

Prólogo a la traducción china de Evolution, Ethics and Other Essays, de T.H. Huxley.

La traducción comporta tres dificultades: la de ser fiel (xin) al texto original, la de ser comprensible (da) para el lector, y la de estar redactada en los términos retóricos más adecuados (ya). Lograr la fidelidad es ya, de por sí, bastante difícil; pero una traducción fiel que no sea comprensible no es tal traducción, pues carece del requisito imprescindible de la comprensibilidad.

Desde que China ha abierto sus puertas al exterior, afloran por todas partes personas dotadas de talento para la traducción; pero si leemos sus traducciones, comprobamos que son pocas las fieles y comprensibles al mismo tiempo. El mal radica, posiblemente, en la lectura superficial del original, en su interpretación sesgada y en la falta de análisis. [...] Para lograr una traducción completa, el traductor debe comenzar a traducir una vez que haya logrado fundir en su alma el espíritu y la razón natural del original.

[...] El Libro de los Cambios dice: "el varón virtuoso cultiva sus palabras en el cimiento de la verdad". Confucio dice: "La palabra sólo sirve para ser entendida". Y añade: "La palabra sin ornamento retórico no llega lejos". Las tres máximas deben ser guía de toda composición y también norma de toda traducción. Para que la palabra llegue lejos, el traductor no debe limitarse a la fidelidad y la comprensibilidad: también debe buscar la retoricidad.

Yan  Fu
(Traducción de Laureano Ramírez)

28 septiembre, 2013

Lágrimas

Nace  un niño y lo primero que hace es echarse a llorar. Muere un anciano y los que le rodeaban, se echan a llorar. Lágrimas. Lágrimas al principio, lágrimas al final. Y de unas a otras, entre tanto, puede sopesarse la calidad humana del que llora según qué lágrimas vierta, pues las lágrimas son manifestación del ser interior de quien llora. El tipo de lágrimas declara qué tipo de persona es el que llora. Nada tienen éstas que ver con lo adverso o lo favorable de los sucesos que sobrevienen en la vida.

Los caballos y los bueyes sufren año tras año, comen mal año tras año, sienten la vara que azota año tras año: eso sí que es una vida sufrida; sin embargo, no saben llorar. Y no saben llorar porque no tienen calidad interior. Pero los orangutanes, esos seres que saltan de rama en rama en los bosques comiendo castañas y peras, llevan una vida placentera, mas aúllan y chillan: esos chillidos son las lágrimas del orangután. Los zoólogos sostienen que la naturaleza animal más cercana a la humana se halla precisamente en los orangutanes, que son los animales con más calidad humana interior. No en vano decía aquel poema antiguo:
La quebrada de la Chamana
es la más larga de las tres de Badong.
Allí, cuando un orangután da tres aullidos
se le encoge al hombre el corazón.
Los sentimientos son fruto de la naturaleza interior y las lágrimas son fruto de los sentimientos. Hay dos tipos de lágrimas: las que se lloran con fuerza y las que se lloran sin fuerza. Las lágrimas sin fuerza son las que derrama una boba que pierde una horquilla o un niño que pierde una manzana. Las lágrimas con fuerza son las que lloró la esposa de Qi, que echaron abajo las murallas, o las que derramaron las concubinas de Xiang, que pusieron blanco el bambú en que caían. 

Por su parte, las lágrimas que se derraman con fuerza se subdividen en dos: aquellas que se lloran con fuerza decreciente y aquellas que se lloran con fuerza creciente, que son las que salen de lo más hondo.

[...] Y uno que ha venido a nacer en este tiempo y siente algo por esta vida, por este país, por esta sociedad y por estas creencias actuales, no puede dejar de llorar. Cuanto más se siente, más se llora. De ahí que Liu E haya compuesto Los viajes del buen doctor Can.

Se acaba la partida de ajedrez. Uno envejeze. ¿Podría no llorar? Sé, por lo demás, que a este llanto mío se aunarán miles de entristecidos compatriotas, millones de personas de la tierra.
Quien esto escribe.


Liu E, Los viajes del buen doctor Can
Prólogo del autor.

15 junio, 2013

Piensas más de lo que puedes expresar...





Ya hablaremos otro día. Veo que piensas más de lo que puedes expresar. Claro que si es así te darás cuenta también de que nunca has vivido completamente lo que piensas; y eso no es bueno. Sólo el pensamiento vivido tiene valor. Hasta ahora has sabido que tu "mundo permitido" sólo era la mitad del mundo y has intentado escamotear la otra mitad, como hacen los curas y los profesores. ¡Pero no lo conseguirás! No lo consigue nadie que haya empezado a pensar.






Hesse, H. Demian. Historia de la juventud de Emil Sinclair.
Alianza Editoral. Página 74.

14 junio, 2013

Divagaciones sobre los secretos del amor.

En las xilografías de la era Genroku los rasgos físicos de los dos amantes están representados con una similitud sorprendente. También en la escultura griega el ideal universal de belleza hace que los cuerpos del hombre y de la mujer se parezcan bastante. ¿No puede residir aquí uno de los secretos del amor? ¿No podría ser que en los recovecos más recónditos del amor existiera, tanto en el hombre como en la mujer, el ansia imposible de llegar a ser exactamente iguales? ¿No cabe la posibilidad de que el deseo amoroso impulse a la gente  a imponerse un alejamiento trágico desde el cual marcar la imposibilidad de acceder al polo opuesto? Es decir, como el amor recíproco no puede lograr la perfección de una identidad de los dos seres, ¿no se producirá un proceso mental mediante el cual cada uno de los dos amantes trata de no asemejarse en lo más mínimo al otro, y emplea este alejamiento como una especie de coquetería dirigida al otro? En cualquier caso, ¡qué lástima que esta similitud acabe reducida a una ilusión momentánea! Porque, a pesar de que la joven enamorada se hace más valiente y el joven enamorado se vuelve más tímido, llega un momento en que los dos, yendo en direcciones opuestas, se cruzan rompiendo la similitud y encaminándose cada uno a un lugar en la distancia en la cual ya no existe un objetivo.

Mishima, Y. (1948, 2010) Confesiones de una máscara.
Madrid: Alianza editorial. Página 82.

09 junio, 2013

La belleza, algo espantoso.

Pero basta de versos. Déjame llorar, Que todos menos tú se rían de mi tontería. Veo brillar tus ojos. Basta de versos. Ahora quiero hablarte de los «insectos», de esos a los que Dios ha obsequiado con la sensualidad. Yo mismo soy uno de ellos. Nosotros, los Karamazov, somos todos así. Ese insecto vive en ti, levantando tempestades. Pues la sensualidad es una tormenta, y a veces más que una tormenta. 

La belleza es algo espantoso. Espantoso porque es indefinible, y no se puede definir porque Dios sólo ha creado enigmas. Los extremos se tocan; las contradicciones se emparejan. Mi instrucción es escasa, hermano mío, pero he pensado mucho en estas cosas. ¡Cuántos misterios abruman al hombre! Penetra en ellos y sale intacto. Penetra en la belleza, por ejemplo. 

No puedo soportar que un hombre de gran corazón y de elevada inteligencia empiece por el ideal de la Virgen y termine por el de Sodoma. Pero lo más horrible es que, llevando en su corazón el ideal de Sodoma, no repudie el de la Virgen y se abrase en él como en los años de su juventud inocente. El espíritu del hombre es demasiado vasto: me gustaría reducirlo. Así no hay medio de que nos conozcamos. El corazón humano, el de la mayoría de los hombres, halla la belleza incluso en actos vergonzosos como el ideal de Sodoma. Es el duelo entre Dios y el diablo: el corazón humano es el campo de batalla.

Dostoyevski, F. Los hermanos Karamazov
Libro III capítulo III

14 mayo, 2013

El discurso de Antístenes

«Pues ea», dijo Sócrates, «cuéntanos por tu parte, Antístenes, cómo con tan pocos bienes te enorgulleces de tu riqueza». «Porque creo, amigos, que las personas no tienen la riqueza y la pobreza en su casa, sino en sus almas. Veo, en efecto, que muchas personas corrientes, aun teniendo una gran cantidad de riquezas, se consideran tan pobres que afrontan toda clase de fatigas y de riesgos para poseer más, y sé incluso de hermanos que, habiendo heredado partes iguales, uno de ellos tiene lo suficiente, e incluso le sobra, mientras que al otro le falta todo. Estoy informado también de que algunos tiranos tienen tal hambre de riquezas que cometen crímenes más atroces que los pobres más necesitados, pues a causa de la necesidad evidentemente algunos roban, otros asaltan, otros venden como esclavos a hombres libres y hay también tiranos que destruyen familias enteras, matan personas en masa, e incluso a menudo reducen a la esclavitud a ciudades enteras para conseguir dinero. Pues bien, a esta clase de individuos les compadezco mucho por la grave enfermedad que padecen: me parece que les ocurre lo mismo que a una persona que dispusiera de mucho y que por mucho que comiera, nunca estuviera satisfecha. En cuanto a mí, tengo tantos bienes que apenas puedo encontrarlos Sin embargo, me sobra para comer hasta llegar a no tener hambre, para beber hasta no tener sed y para vestirme hasta el punto de no tener más frío cuando salgo que Calias, aquí presente, a pesarde lo riquísimo que es. Y cuando estoy en mi casa, los muros se me antojan cálidas túnicas y mantos muy espesos los tejados, y la cama que tengo es tan satisfactoria que incluso me cuesta trabajo despertarme. Y si alguna vez mi cuerpo me pide amor, hasta tal punto me basta lo que tengo a mano, que las mujeres a las que me acerco me colman de caricias porque ningún otro querría acercarse a ellas. Y todos esos placeres me parecen tan agradables, que no desearía encontrar mayor gusto practicando cada uno de ellos, sino menos; hasta tal punto creo que algunos de ellos son más dulces de lo conveniente. Pero la posesión que calculo de mayor valor en mi riqueza es el hecho de que, si alguien me quitara lo que ahora tengo, no veo a pesar de ello ningún trabajo, por humilde que sea, que no me proporcionara sustento suficiente. Porque incluso cuando quiero darme buena vida no compro en el mercado lo más lujoso (pues sale demasiado caro), sino que lo saco del almacén de mi alma Mucho mayor es mi placer cuando espero la necesidad para acercarme a él que cuando consumo algo costoso, como me ocurre ahora mismo, queme he encontrado con este vino de Tasos y lo bebo sin tener sed. Además, es lógico que sean mucho más justos los que atienden a la sencillez antes que a la abundancia de dinero, pues quienes más se conforman con lo que tienen a mano menos aspiran a lo ajeno. Merece la pena tomar en consideración cómo una riqueza de tal clase hace liberales a los hombres, pues ahí tenemos a Sócrates, a quien debo mi riqueza, que no calculaba ni pesaba lo queme daba, sino que me proporcionaba cuanto podía llevarme. Yo ahora, por mi parte, a nadie se la escatimo, sino que a todos mis amigos les muestro mi abundancia y comparto con quien lo desee la riqueza de mi alma. Y, además, la más exquisita de las posesiones, que es el ocio,veis que siempre está presente en mí, de modo que puedo ver los espectáculos más dignos de contemplación, oír loque merece escucharse y, lo que yo más estimo, pasar libre de ocupaciones mis jornadas con Sócrates. Tampoco él admira más a los que cuentan más dinero sino que pasa el tiempo conviviendo con los que más le gustan». Tales fueron los argumentos de Antístenes.

Jenofonte. 
Recuerdos de Sócrates; Económico; Banquete; Apología a Sócrates.
Madrid: Gredos, 1993, pp. 330-333

11 mayo, 2012

L'amour ne cherche pas son intérêt

L'amour ne cherche pas son intérêt propre ; car il ignore le tien et le mien, simples déterminations de possession en "propre" ; si donc il n'y a tien, ni mien, il n'y a non plus rien qui soit en propre ; et s'il n'y a rien de tel, il est impossible de chercher ce qui est en propre, [son intérêt propre]. 

L'amour ne cherche pas son intérêt. Car celui qui aime vraiment n'aime pas ce qui lui est particulier, il aime chacun suivant son caractère particulier ; mais "cette particularité propre" à chacun est justement propre à lui ; ainsi, loin de chercher son intérêt propre, il cherche tout au contraire celui d'autrui.

L'amour ne cherche pas son intérêt ; il donne surtout de telle façon que le don semble être le bien propre de qui le reçoit.

KIERKEGAARD, Les oeuvres de l'amour (Livre IV)

Quizás le interese...

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