28 septiembre, 2013

Lágrimas

Nace  un niño y lo primero que hace es echarse a llorar. Muere un anciano y los que le rodeaban, se echan a llorar. Lágrimas. Lágrimas al principio, lágrimas al final. Y de unas a otras, entre tanto, puede sopesarse la calidad humana del que llora según qué lágrimas vierta, pues las lágrimas son manifestación del ser interior de quien llora. El tipo de lágrimas declara qué tipo de persona es el que llora. Nada tienen éstas que ver con lo adverso o lo favorable de los sucesos que sobrevienen en la vida.

Los caballos y los bueyes sufren año tras año, comen mal año tras año, sienten la vara que azota año tras año: eso sí que es una vida sufrida; sin embargo, no saben llorar. Y no saben llorar porque no tienen calidad interior. Pero los orangutanes, esos seres que saltan de rama en rama en los bosques comiendo castañas y peras, llevan una vida placentera, mas aúllan y chillan: esos chillidos son las lágrimas del orangután. Los zoólogos sostienen que la naturaleza animal más cercana a la humana se halla precisamente en los orangutanes, que son los animales con más calidad humana interior. No en vano decía aquel poema antiguo:
La quebrada de la Chamana
es la más larga de las tres de Badong.
Allí, cuando un orangután da tres aullidos
se le encoge al hombre el corazón.
Los sentimientos son fruto de la naturaleza interior y las lágrimas son fruto de los sentimientos. Hay dos tipos de lágrimas: las que se lloran con fuerza y las que se lloran sin fuerza. Las lágrimas sin fuerza son las que derrama una boba que pierde una horquilla o un niño que pierde una manzana. Las lágrimas con fuerza son las que lloró la esposa de Qi, que echaron abajo las murallas, o las que derramaron las concubinas de Xiang, que pusieron blanco el bambú en que caían. 

Por su parte, las lágrimas que se derraman con fuerza se subdividen en dos: aquellas que se lloran con fuerza decreciente y aquellas que se lloran con fuerza creciente, que son las que salen de lo más hondo.

[...] Y uno que ha venido a nacer en este tiempo y siente algo por esta vida, por este país, por esta sociedad y por estas creencias actuales, no puede dejar de llorar. Cuanto más se siente, más se llora. De ahí que Liu E haya compuesto Los viajes del buen doctor Can.

Se acaba la partida de ajedrez. Uno envejeze. ¿Podría no llorar? Sé, por lo demás, que a este llanto mío se aunarán miles de entristecidos compatriotas, millones de personas de la tierra.
Quien esto escribe.


Liu E, Los viajes del buen doctor Can
Prólogo del autor.

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