28 noviembre, 2013

Hombre y lenguaje

Hay una definición clásica propuesta por Aristóteles según la cual el hombre es un ser vivo dotado de logos. Esta definición se ha conservado en la tradición occidental bajo esta fórmula: el hombre es el animal rationale, el ser vivo racional, es decir, que difiere del resto de los animales por su capacidad de pensar. Se tradujo la palabra griega logos por razón o pensamiento. Pero esa palabra significa también, y preferentemente, lenguaje. Aristóteles establece, en un pasaje, la diferencia entre el animal y el hombre: los animales tienen la posibilidad de entenderse entre sí mostrándose recíprocamente lo que les causa placer, para buscarlo, y lo que les produce dolor, para evitarlo. La naturaleza no les ha dado más. Sólo los seres humanos poseen, además, el logos que los capacita para informarse mutuamente sobre lo que es útil y lo que es dañino, y también lo que es justo y lo que es injusto. Se trata de un texto de un profundo contenido. El saber lo que es útil o nocivo no es deseable en sí, sino en referencia a otra cosa que aún no existe, pero le sirve a uno para ejercer su actividad. Se establece, pues, aquí como nota característica del hombre una superioridad sobre lo actual, un sentido de futuro. Y Aristóteles añade inmediatamente que así le es dado también al hombre el sentido de lo justo y lo injusto... y todo ello, porque el hombre es el único poseedor del logos. Puede pensar y puede hablar. Puede hablar, es decir, hacer patente lo no actual mediante su lenguaje, de forma que también otro lo pueda ver. Puede comunicar todo lo que piensa; y lo que es más, gracias a esa capacidad de comunicarse las personas pueden pensar lo común, tener conceptos comunes, sobre todo aquellos conceptos que posibilitan la convivencia de los hombres sin asesinatos ni homicidios, en forma de vida social, de una constitución política, de una vida económica articulada en la división del trabajo. Todo esto va implícito en el simple enunciado de que el hombre es el ser vivo dotado de lenguaje.

[...] El pensamiento sobre el lenguaje queda siempre involucrado en el lenguaje mismo. Sólo podemos pensar dentro del lenguaje, y esta inserción de nuestro pensamiento en el lenguaje es el enigma más profundo que el lenguaje propone al pensamiento.

El lenguaje no es un medio más que la conciencia utiliza para comunicarse con el mundo. No es un tercer instrumento al lado del signo y la herramienta que pertenecen también a la definición esencial del hombre. El lenguaje no es un medio ni una herramienta. Porque la herramienta implica esencialmente que dominamos su uso, es decir, la tomamos en la mano y la dejamos una vez que ha ejecutado su servicio. No ocurre lo mismo cuando tomamos en la boca las palabras de un idioma y las dejamos después de su uso en el vocabulario general que tenemos a nuestra disposición. Esa analogía es errónea porque nunca nos encontramos ante el mundo como una conciencia que, en un estado a-lingüístico, utiliza la herramienta del consenso. El conocimiento de nosotros mismos y del mundo implica siempre el lenguaje, el nuestro propio. Crecemos, vamos conociendo el mundo, vamos conociendo a las personas y en definitiva a nosotros mismos a medida que aprendemos a hablar. Aprender a hablar no significa utilizar un instrumento ya existente para clasificar ese mundo familiar y conocido, sino que significa la adquisición de la familiaridad y conocimiento del mundo mismo tal y como nos sale al encuentro.

Es un proceso enigmático y profundamente oculto. Es un verdadero prodigio que un niño pronuncie una palabra, una primera palabra. Fue una insensatez el intento de descubrir el lenguaje primigenio de la humanidad haciendo crecer a los niños totalmente incomunicados de cualquier sonido humano y después, partiendo del primer balbuceo de tipo articulado, atribuir a un lenguaje humano concreto el privilegio de ser la lengua primigenia de la creación. Lo absurdo de tales ideas consiste en el intento de suspender de modo artificial nuestra implicación en el mundo lingüístico en el que vivimos. La verdad es que estamos tan íntimamente insertos en el lenguaje como en el mundo.

Yo encuentro, una vez más, en Aristóteles la descripción más sabia de cómo aprendemos a hablar. En cualquier caso, la descripción aristotélica no se refiere al aprendizaje del habla, sino al pensamiento, a la adquisición de los conceptos generales. ¿Cómo se produce un alto en la fuga de los fenómenos, en la constante sucesión de impresiones cambiantes? Lo que nos permite reconocer algo como idéntico es, sin duda, la capacidad de retención, la memoria, y esto supone una gran labor de abstracción. En la fuga de unos fenómenos cambiantes vemos de vez en cuando un elemento común, y con los reconocimientos que se acumulan lentamente y que llamamos experiencias se realiza la unidad de la experiencia. Pero ésta permite utilizar lo así conocido como un saber general. Ahora bien, Aristóteles pregunta cómo se puede producir realmente este conocimiento de lo general. No desde luego de forma que transcurra un fenómeno tras otro y de pronto, en un punto concreto que reaparece y reconocemos como idéntico, alcancemos el conocimiento de lo general. No es este el punto concreto como tal el que distingue de todos los otros por su misteriosa capacidad de expresar lo general. Ese punto es como todos los otros. Es cierto sin embargo que alguna vez se produce el conocimiento de lo general. ¿Dónde empezó? Aristóteles presenta una imagen ideal: ¿cómo llega a detenerse un ejército que está en fuga? ¿dónde ocurre que empiece a detenerse? Desde luego, no por detenerse el primer soldado, o el segundo, o el tercero. No se puede afirmar que el ejército se haya detenido por haber dejado de huir un determinado números de soldados en fuga. Porque con él no empieza el ejército a detenerse, sino que empezó a hacerlo desde mucho antes. Cómo se inicia el proceso, cómo se propaga, cómo, finalmente, en algún momento, el ejército se detiene, es decir: obedece de nuevo a la unidad de mando, todo ello nadie lo dispone a conciencia, nadie lo controla según un plan, nadie lo certifica cognoscitivamente. Y, sin embargo, indudablemente ha ocurrido. Algo análogo ocurre con el conocimiento de lo general, y es así porque el fenómeno es idéntico al que se produce en la aparición del lenguaje.

En todo nuestro pensar y conocer, estamos ya desde siempre sostenidos por la interpretación lingüística del mundo, cuya asimilación se llama crecimiento, crianza. En este sentido el lenguaje es la verdadera huella de nuestra finitud. Siempre nos sobrepasa. La conciencia del individuo no es el criterio para calibrar su ser. No hay, indudablemente, ninguna conciencia individual en la que exista el lenguaje que ella habla. ¿Cómo existe entonces el lenguaje? Es cierto que no existe sin la conciencia individual; pero tampoco existe en una mera síntesis de muchas conciencias individuales.

Ningún individuo, cuando habla, posee una verdadera conciencia de su lenguaje. Hay situaciones excepcionales en las que se hace consciente l lenguaje en que se habla. Por ejemplo, cuando nos viene a la memoria una palabra en la que nos apoyamos, que suena extraña o ridícula y que hace preguntar: "¿se puede decir así?". Ahí aflora por un momento el lenguaje que hablamos, porque no hace lo suyo. ¿Qué es, pues, lo suyo? Creo que cabe distinguir aquí tres elementos.

El primero es el auto-olvido esencial que corresponde al lenguaje. Su propia estructura, gramática, sintaxis, etc., todo lo que tematiza la ciencia, que queda inconsciente para el lenguaje vivo. Por eso constituye una de las perversiones típicas de lo natural el que la escuela moderna se vea obligada a apoyar la gramática y la sintaxis no ya en una lengua muerta, como el latín, sino en la propia lengua materna. Una enorme labor abstractiva que se exige al que ha de hacer explícitamente consciente la gramática del idioma que domina como lengua materna. El lenguaje real y efectivo desaparece detrás de lo que se dice en él. Hay una experiencia muy curiosa que todos hemos vivido en el aprendizaje de lenguas extranjeras. En los libros de texto o en los cursos de idiomas suele haber unas frases de uso corriente. Su finalidad es hacer consciente al alumno, en un plano abstracto, de un determinado fenómeno lingüístico. En otros tiempos, cuando aún se creía en la tarea de abstracción que representa el aprendizaje de la gramática y la sintaxis de una lengua, solían figurar unas frases tan sublimes como extemporáneas que expresaban algo sobre César o sobre el señor X. La tendencia más reciente de intercalar en tales frases ejemplares noticias interesantes sobre el extranjero tiene el efecto secundario negativo de oscurecer la función ejemplar de la frase en la medida en que el contenido atrae toda la atención. Cuanto más vivo es un acto lingüístico es menos consciente de sí mismo. Así, el auto-olvido del lenguaje tiene como corolario que su verdadero sentido consiste en algo dicho en él y que constituye el mundo común en el que vivimos y al que pertenece también toda la gran cadena de la tradición que llega a nosotros desde la literatura de las lenguas extranjeras muertas o vivas. El verdadero ser del lenguaje es aquello en que nos sumergimos al oírlo: lo dicho.

Un segundo rasgo esencial del ser del lenguaje es, a mi juicio, la ausencia del yo. El que habla un idioma que ningún otro entiende, en realidad no habla. Hablar es hablar a alguien. La palabra ha de ser palabra pertinente, pero esto no significa sólo que yo me represente a mí mismo lo dicho, sino que se lo haga ver al interlocutor.

En este sentido el habla no pertenece a la esfera del yo, sino a la esfera del nosotros. [...] La realidad del habla, como se ha observado desde hace tiempo, consiste en el diálogo. Pero en el diálogo impera siempre un espíritu, malo o bueno, un espíritu de endurecimiento y paralización o un espíritu de comunicación y de intercambio fluido entre el yo y el tú.

[...] En relación con esto aparece el tercer elemento que yo llamaría la universalidad del lenguaje. Este no es ningún ámbito cerrado de lo decible al que se yuxtaponen otros ámbitos de lo indecible, sino que lo envuelve todo. Nada puede sustraerse radicalmente al acto de "decir", porque ya la simple alusión alude a algo. La capacidad de dicción avanza incansablemente con la universalidad de la razón. Por eso el diálogo posee siempre una infinitud interna y no acaba nunca. El diálogo se interrumpe, bien sea porque los interlocutores han dicho bastante o porque no hay nada más que decir. Pero esa interrupción guarda una referencia interna a la reanudación del diálogo.

Hacemos esta experiencia, a veces en forma dolorosa, cuando nos exigen decir algo. La pregunta que debemos contestar -pensemos en el ejemplo extremo del interrogatorio o de la declaración ante tribunal- es como una barrera que se establece contra el espíritu del lenguaje que quiere expresarse y quiere diálogo ("aquí hablo yo", o "responda a mi pregunta"). Lo dicho nunca posee su verdad en sí mismo, sino que remite hacia atrás y hacia adelante, a lo no dicho. Toda declaración está motivada; es decir, cuando se dice algo, es razonable preguntar "¿por qué lo dices?" y sólo si se entiende eso no dicho juntamente con lo dicho es inteligible un enunciado. Esto lo sabemos sobre todo por el fenómeno de la pregunta. Una pregunta cuyo motivo ignoremos no puede encontrar respuesta. Porque sólo la historia de la motivación abre el ámbito desde el cual se puede obtener y dar una respuesta. De ese modo el preguntar y el responder implican en realidad un diálogo interminable en cuyo espacio están la palabra y la respuesta. Lo dicho se encuentra siempre en ese espacio.

Podemos aclararlo con una experiencia común a todos. Me refiero a la traducción y lectura de textos traducidos de lenguas extranjeras. Lo que el traductor tiene ante sí es un texto lingüístico, esto es, algo dicho oralmente o por escrito que ha de verter a su propia lengua. Está atado al texto, pero no puede trasvasar simplemente lo dicho desde el idioma extranjero al propio material lingüístico sin convertirse él mismo en sujeto dicente. Y esto significa que debe ganar para sí el espacio infinito del decir que corresponde a lo dicho en la lengua extranjera. Todos sabemos lo difícil que es eso. Todos sabemos cómo la traducción lamina en cierto modo lo dicho en el idioma extranjero. Se copia superficialmente de suerte que el sentido verbal y la fraseología de la traducción imitan el original, pero la traducción carece en cierto modo de espacio. Le falta esa tercera dimensión que hace crecer en su ámbito de sentido lo dicho originariamente, esto es, en el original.

Se trata de una limitación inevitable de todas las traducciones. Ninguna traducción puede sustituir al original. Y se engaña el que piensa que proyectando a la superficie en la traducción, la idea del original facilita la comprensión, dada la imposibilidad de incluir todo lo que dice el original como trasfondo y entre líneas; si alguien piensa que esta reducción a un sentido simple facilitará la comprensión, está equivocado. Ninguna traducción es tan comprensible como el original. Precisamente el sentido polifacético de lo dicho -y el sentido es siempre sentido direccional- sólo aparece en la originariedad del decir y se esfuma en la repetición e imitación. Por eso la misión del traductor debe ser siempre, no precisamente reproducir los dicho, sino orientarse en dirección a lo dicho, hacia su sentido, para transferir lo que ha de decir a la dirección de su propio decir. Esto aparece claro sobre todo en aquellas traducciones destinadas a permitir un diálogo oral mediante la interconexión de los intérpretes. Un intérprete que se limita a reproducir las palabras y frases pronunciadas por uno en la otra lengua hace incomprensible el diálogo. Lo que debe reproducir no el lo dicho en su literalidad, sino aquello que el otro quiso decir y dijo callando muchas cosas. Lo limitado de su versión debe también ganar el espacio que hace posible el diálogo: la infinitud interna que corresponde siempre al consenso.

El lenguaje es así el verdadero centro del ser humano si se contempla en el ámbito que sólo él llena: el ámbito de la convivencia humana, el ámbito del entendimiento, del consenso siempre mayor, que es tan imprescindible para la vida humana como el aire que respiramos. El hombre es realmente, como dijo Aristóteles, el ser dotado de lenguaje. Todo lo humano debemos hacerlo pasar por el lenguaje.


Gadamer, Verdad y Método.
Hombre y lenguaje (1965)

27 octubre, 2013

Amigos y libros

La juventud tiene [Solveig diría: debería tener] dos grandes compañeros: los amigos y los libros. Los primeros son de carne y hueso, y cambian con los años. En determinado momento, el paso de los días les hace perder su emoción, pero esta pérdida se recupera en otro momento con un nuevo amigo. En cierto sentido, con los libros pasa lo mismo. Hay ocasiones en que el libro que a uno le impresionó en una determinada época de la juventud, cuando se vuelve a tomar en las manos años más tarde, ya ha perdido el encanto y se asemeja a un cadáver de lo que habíamos conocido. De todos modos, la mayor diferencia entre los libros y los amigos reside en que estos últimos cambian, pero los libros no. Aunque yazga cubierto de polvo en un rincón de la estantería, el libro conserva obstinadamente su propia vida y filosofía. Lo único que podemos hacer es acercarnos o alejarnos, leerlo o ignorarlo, cambiar incluso nuestra actitud hacia él, pero nada más.

Mishima, Yukio. La ética del samurái en el Japón moderno.
2013, Alianza Editorial. (13)

葉隠れの入門

A través de las duras críticas que se formulan en Hagakure contra las personas que sobresalen en alguna habilidad o talento, se puede distinguir el nuevo valor de aquellos tiempos según el cual se idolatraba a cualquier persona que destacara en algo.

En nuestros días, paralelamente, se considera héroe a un jugador de béisbol y a una estrella de la televisión. Cualquier individuo que se especializa en una habilidad que gusta al gran público se convierte en títere de su técnica y encarna los valores de una época. En este sentido no hay diferencia entre técnicos y gente famosa.

Vivimos en una época de tecnócratas que, al mismo tiempo, es la época de gente con algún talento. La persona con una habilidad extraordinaria enseguida cosecha aplausos entusiastas de la sociedad. A la vez, la gente está bajando el listón de los objetivos de la vida: se trata sólo de llamar la atención al máximo o de parecer muy importante. Se cae en la mera función de pieza de un engranaje o de número de una función. A la luz de esta tendencia, produce cierto alivio leer la crítica que realiza Yamamoto a técnicos y artistas:
Eso de que el artista se puede ganar la vida en todas partes puede ser verdad en el caso de samurais de otros señoríos. En el nuestro, el arte es la base del fracaso. Una persona que sobresalga en un arte no es un samurai, sino un artista.
Así se pensaba en el tiempo de Hagakure: "Si para el mundo no significa nada que vivas o que mueras, es mejor que vivas" (capítulo 1). Es natural que el instinto humano, en una situación de vida o muerte, se incline por la vida. Sin embargo, cuando una persona trata de vivir con belleza y morir igualmente con belleza, el apego a la vida traiciona siempre la noción de belleza. Es difícil vivir y morir bellamente. También lo es vivir y morir con extrema fealdad. Es algo innato a la naturaleza humana.

Mishima, Yukio. La ética del samurái en el Japón moderno.
2013, Alianza Editorial. (27-29)

24 octubre, 2013

About translation of cultural language

Let me recapitulate. We started by emphasizing how different are "the others" -and made them not only different but remote inferior. Sentimentally, we then took the opposite track and argued that all human beings are alike, but that didn't work either, "the others" remained obstinately other. But now we have come to see that the essential problem is one of translation. The linguists have shown us that all translation is difficult, and that perfect translation is usually impossible. And yet we know that for practical purposes a tolerably satisfactory translation is always possible even when the original "text" is highly abstruse. Lenguages are different, but not so different as all that. Looked at in this way social anthropologists are engaged in establishing a methodology for the translation of cultural language. 
--Edmund Leach.


A eso, Lydia Liu responde: 

One would like to have as much faith in the power of cultural translation as Leach, but the phrase "practical purposes" lets the cat out of the bag. To me, the crucial thing here is not whether translation between cultures is possible (people do it anyway), or whether the "other" is knowable, or even wheter an abstruse "text" is decipherable, but what practical purpose or needs (which sustain one's methodological paraphernalia) bring an ethnographer to pursue cultural translation. This is precisely the point at which linguistic constituency, and in the name of what kinds of knowledge or intellectual authority does an ethnographer perform acts of translation between cultures?

04 octubre, 2013

Mishima Yukio


El San Sebastián de Mishima


Un día, aprovechando que un resfriado leve me había impedido ir a la escuela, cogí unos cuantos volúmenes de reproducciones de obras de arte que mi padre había traído como recuerdo de sus viajes por tierras extranjeras, y los llevé a mi dormitorio, donde las examiné atentamente. Me deleitaron de modo especial los fotograbados de esculturas griegas que había en las guías de diversos museos italianos. En lo referente a representaciones del desnudo, aquellos grabados en blanco y negro eran, entre las muchas reproducciones de obras maestras, las que más agradaban a mi fantasía. Esto probablemente se debía al simple hecho de que, incluso en las reproducciones fotográficas, la escultura parecía más realista. Fue la primera vez que vi esos libros. Mi tacaño padre, llevado por el temor de que unas manos infantiles tocaran y mancharan los grabados, y temiendo asimismo —¡y cuan erróneamente!— que me sintiera atraído por las mujeres desnudas, había mantenido aquellos libros ocultos en los más profundos rincones de una alacena. Y, en cuanto a mí, hasta aquel día ni siquiera soñé que las imágenes de aquellos libros pudieran ser más interesantes que los dibujos de los semanarios de aventuras. Comencé abriendo un volumen por una de sus últimas páginas. Y de repente ante mi vista apareció, en un ángulo de la página siguiente, un cuadro que me causó la ineludible impresión de que había estado allí, esperándome, para que yo lo viera. Era una reproducción del San Sebastián de Guido Reni que se encuentra en la colección del Palazzo Rosso de Genova. El negro y levemente inclinado tronco del árbol de la ejecución destacaba sobre un fondo a lo Tiziano, formado por un bosque melancólico y un cielo sombrío y distante. Un joven de notable belleza estaba, desnudo, atado al tronco del árbol. Tenía las manos cruzadas en alto, por encima de la cabeza, y las cuerdas que le ceñían las muñecas estaban a su vez atadas al árbol. No se veían más ligaduras, y la desnudez del joven sólo la paliaba un burdo paño blanco, flojamente anudado a la altura de las ingles. Supuse que se trataba de la representación del martirio de un cristiano. Pero como la obra se debía a un pintor de la escuela ecléctica surgida del Renacimiento, incluso la pintura de la muerte de un santo cristiano desprendía un fuerte aroma a cultura pagana. En el cuerpo del joven —que recordaba el de Antíno, el amado de Adriano, cuya belleza tantas veces ha inmortalizado la escultura— no se veían rastros del duro vivir o de la decrepitud que en tantas representaciones de santos se ven. Contrariamente, en aquel cuerpo sólo había juventud primaveral, luz, belleza y placer. Su blanca e incomparable desnudez resplandece sobre el fondo crepuscular. Sus brazos musculosos, brazos de guardia pretoriano acostumbrados a tensar el arco y a blandir la espada, están alzados en grácil ángulo, y sus muñecas atadas se cruzan inmediatamente encima de la cabeza. Tiene la cabeza levemente alzada y los ojos abiertos de par en par, contemplando con profunda tranquilidad la de los cielos. No es dolor lo que emana de su terso pecho, de su tenso abdomen, de sus caderas levemente inclinadas, sino una llama de melancólico placer, como el que produce la música. Si no fuera por las flechas con la punta profundamente hundida en el sobaco izquierdo y en el costado derecho, parecería un atleta romano descansando de su fatiga, apoyado en un oscuro árbol de un jardín. Las flechas se han hundido en la carne tersa, fragante y juvenil, y pronto consumirán el cuerpo, desde dentro, con llamas de supremo dolor y éxtasis. Pero la sangre no mana, y no hay aún la multitud de flechas que se ven en otras representaciones del martirio de san Sebastián. Esas dos solitarias flechas proyectan sus calmas y gráciles sombras en la tersura de su piel, como las sombras de una rama en una escalinata de mármol. Pero todas estas observaciones e interpretaciones son posteriores. Aquel día, en el instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de pagano goce. Se me levantó la sangre y se me hincharon las inglés como impulsadas por la ira. Aquella parte monstruosa de mi ser que estaba apunto de estallar esperó que la utilizara, con un ardor sin precedentes, acusándome por mi ignorancia, jadeando indignada. Mis manos, de forma totalmente inconsciente, iniciaron unos movimientos que nadie les había enseñado. Sentí que algo secreto y radiante se elevaba, con paso rápido, para atacarme desde dentro de mí. De repente estalló y trajo consigo una cegadora embriaguez… Pasó cierto tiempo y, luego, sintiéndome desdichado, miré alrededor de la mesa escritorio tras la que me hallaba. Un arce que crecía junto a la ventana proyectaba sobre todas las cosas un resplandeciente reflejo, lo proyectaba sobre un tintero, sobre mis libros escolares y mis apuntes, sobre el diccionario, sobre el cuadro de san Sebastián. Había salpicaduras blancas como las nubes en todas partes, en el título de letras doradas de un libro de texto, en el cuello del tintero, en un ángulo del diccionario. En algunos objetos las salpicaduras resbalaban perezosamente, con plúmbea pesadez, en otros lanzaban un brillo mate, como los ojos del pescado. Afortunadamente, mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara. Ésa fue mi primera eyaculación. Y también fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi «vicio». (…)

Mishima, Y. (1948, 2010) Confesiones de una máscara.
Madrid: Alianza editorial. 

Yukoku, a film by Yukio Mishima

Cómo hablar de ciertas cosas






La Modernidad va a implicar comunicación, circulación de información no solo dentro del espacio propiamente metropolitano sino fuera de él. El problema, que se hace mucho más evidente en la actualidad con las nuevas tecnologías, es quiénes producirán esa información, qué canales utilizará para su circulación y, sobre todo, quienes accederán a ella. Es decir, quiénes, nuevamente, poseerán estos espacios urbanos, con qué entrará en vecindad y cuáles serán las zonas valoradas y qué tipo de valoraciones impondrá. La ciudad misma se vuelve una información a circular y a conquistar. Ella es código, contraseña y pertenencia. A la conquista de la ciudad se abocan tanto escritores como personajes de fines del siglo XIX y primeras décadas del XX. Las poéticas se transforman así en espacios de exploración, experimentación y sobre todo de experienciación del espacio urbano. Cuando Borges funda las orillas como espacio de literatura y Arlt el centro maldito, están pensando espacialmente, no es un mero referirse a unas y otro sino un modo de construcción y de lectura que extraerán de aquéllos sus líneas de acción. 

Pensar la ciudad espacialmente es articular las tres dimensiones en el texto, sea éste literario, académico o ensayístico. Es involucrarla en su devenir y en sus fluctuaciones. Es comprender sus estructuras, sus articulaciones, sus zonas de vecindad, simbólicas y materiales, sus tensiones, sus materialidades y también sus silencios. Su topografía así como su arquitectura; su imagen así como sus formas de construcción y su historia. No es hablar de ella sino en ella. La mayoría de los análisis actuales de ciudad, referidos o no a la literatura, adolece de esta tercera dimensión. Se pretenden espaciales cuando en realidad son planos; mientras por un lado quieren capturar esa profundidad a través de la descripción, del inventario de datos, de relaciones entre textos y disciplinas o de panorámicas retóricas y abarcadoras que intentan sistematizar (o globalizar) y ordenar el discurso, por el otro la remiten a esas representaciones previamente instaladas e instauradas, donde funciona como escenario sujeto a las inventivas más o menos creativas del autor o como objeto de laboratorio a estudiar y desmenuzar. Las formas de la Academia no contribuyen a este desmantelamiento necesario de las representaciones que clausuran las posibilidades de un decir diferente de la ciudad. El espacio urbano (y sobre todo la comprensión de la dinámica de ese espacio) no es una entidad separada del lenguaje o el pensamiento. Y a la vez, si hay una forma de pensar filosófica, científica o poética, también hay un pensamiento crítico que no escinde esa dinámica espacial urbana de la representación simbólica del texto. Apropiarse de él fue la tarea de los escritores mencionados en este ensayo. Esta apropiación del pensamiento espacial por parte de la literatura conlleva que la ciudad, a la vez, se va conformando literariamente –mecanismo inverso al anterior: el espacio real se piensa con las leyes de la ficción. Hay un préstamo en ambas direcciones, la literatura se urbaniza bajo los nuevos parámetros modernos y la ciudad se ficcionaliza, ahora de una forma diferente, a contrapelo del relato clásico donde funcionaba como escenario, escenografía, y no como tensión viva tan fragmentada como el hombre mismo. Pero este préstamo no ocurre solamente en la realidad de la ficción, en las ciudades literarias que fundan los autores. Encontrar en la ciudad material, la que habitamos nosotros, las formas de la ficción es un camino alternativo para leer la realidad, tanto el pasado como la actualidad, como ya se ha visto en Roberto Arlt. El procedimiento literario es una forma de conocimiento que, a diferencia de las disciplinas científicas, instaura sus propios modos de acción basados precisamente en lo que no dice pero insinúa. Cuando este conocimiento se refiere a la ciudad moderna, encuentra en ella correspondencias en sus mecanismos de construcción. Lo no visible en una ciudad, que en toda metrópolis suele ser la cuestión esencial, se espeja en la lengua literaria en lo que ésta tiene de suspensión. La tecnología que funda y transforma muestra sus resultados pero no visibiliza sus modos primeros de interacción sobre el espacio. La destrucción creadora de la técnica es la fuerza que permanece oculta por lo que cada novedad lanzada al mercado tiene, precisamente, el carácter de predicado, un accidente que la describe o la modifica y no una fuerza que la constituye. Se sienten las transformaciones en el cuerpo, se experimenta el shock frente a los dominios conquistados (alturas, efectividad, rendimiento, velocidad, comunicación, etc.), se perciben las diferencias con el tiempo anterior (la tecnología es una productora constante de tiempos anteriores), se percibe la aceleración del tiempo provocada por esta eterna producción de artefactos y saberes, pero se nos escapa, por lo general, nuestra propia constitución imbricada en este mecanismo. Roberto Arlt, con su escritura, mostró hasta el hartazgo que no sólo no se puede huir de este proceso de transformación integral que constituye la Modernidad sino que somos partes del mismo. Somos pensados por la ciudad y somos creados por ella, somos sus monstruos, su condena y su salvación. Aliados y traidores. Combustible, desechos y productores al mismo tiempo. Por lo que toda valoración resulta inútil. El mal es en su obra la fuerza productora y destructora que, en principio, arrasa con las jerarquías, las tradiciones, la moral y las instituciones pero principalmente con las bases mismas del pensamiento al bloquear toda posibilidad de opuestos. La representación clásica del juicio queda, en manos de Arlt, abolida, como también queda abolido el concepto mismo de representación al transvalorar las formas de conocer y de percibir, sólidamente asentadas en la sociedad donde inserta su obra. No hay afuera posible incluso para hablar de lo otro. Arlt no se refiere a la ciudad moderna, no la describe, no es realista, ni apela al naturalismo, sino que funda su poética con sus propios mecanismos. Piensa espacialmente para luego ficcionalizarla en sus Aguafuertes. O para descubrir que la modernidad, al fin y al cabo, sólo se trata de eso, de producir ficciones que, como sus producciones, deberán circular con visos de verdad antes de ser descartadas. Que esa producción de ficciones-mercancías será la única verdad a la que se podrá acceder. Y si radiografía la ciudad de manera obsesiva, pedestre y pasional, es para ratificarse en ella, como Baudelaire se funda como poeta lírico en París en las multitudes que no aparecen inicialmente pero cuyo rumor se escucha por encima de sus versos. Siempre por encima, siempre entre líneas, siempre, de alguna forma, imposible de capturar en el lenguaje. Como la corriente eléctrica o la intensidad de las ondas sonoras que alteran el espacio sin dejar huellas visibles. O como la carta robada de Poe, que de tan visible se torna invisible para aquellos ojos instalados en la repetición.

La zona negada de una ciudad, esa información que se niega a circular, o circula higienizada y lista para el consumo, o criminalizada y moralizada, u objetivada como un accidente, pero también esos discursos silenciados, esas voces acalladas o esos temas no comprendidos en agenda alguna, centellean en el procedimiento literario que se espacializó para constituirse en poética moderna. Para romper con cánones y lecturas heredadas del pasado, con ciertas formas de ver y de esperar lo que vendrá. La novela moderna produce un estallido al ritmo de la explosión que ocurre en esa metrópolis que se va construyendo. Se nutre de ella y de sus intensidades, de sus sueños y pesadillas, la configura y la reconfigura tantas veces como aquélla funda, actúa, destruye y construye. En ese espacio en suspensión, que la ciudad comparte con la literatura como zona umbral, como orilla, como ocaso, como centro maldito, están para Arlt las posibilidades de autonomía y rebelión. Ese carácter destructivo que ve caminos por todas partes. Incluso cuando a simple vista, sólo parezca un bloque con la consistencia del acero.

ZENDA LIENDIVIT

[Link: http://www.revistacontratiempo.com.ar/liendivit_lenguaje_ciudad.htm]

29 septiembre, 2013

Prólogo a la traducción china de Evolution, Ethics and Other Essays, de T.H. Huxley.

La traducción comporta tres dificultades: la de ser fiel (xin) al texto original, la de ser comprensible (da) para el lector, y la de estar redactada en los términos retóricos más adecuados (ya). Lograr la fidelidad es ya, de por sí, bastante difícil; pero una traducción fiel que no sea comprensible no es tal traducción, pues carece del requisito imprescindible de la comprensibilidad.

Desde que China ha abierto sus puertas al exterior, afloran por todas partes personas dotadas de talento para la traducción; pero si leemos sus traducciones, comprobamos que son pocas las fieles y comprensibles al mismo tiempo. El mal radica, posiblemente, en la lectura superficial del original, en su interpretación sesgada y en la falta de análisis. [...] Para lograr una traducción completa, el traductor debe comenzar a traducir una vez que haya logrado fundir en su alma el espíritu y la razón natural del original.

[...] El Libro de los Cambios dice: "el varón virtuoso cultiva sus palabras en el cimiento de la verdad". Confucio dice: "La palabra sólo sirve para ser entendida". Y añade: "La palabra sin ornamento retórico no llega lejos". Las tres máximas deben ser guía de toda composición y también norma de toda traducción. Para que la palabra llegue lejos, el traductor no debe limitarse a la fidelidad y la comprensibilidad: también debe buscar la retoricidad.

Yan  Fu
(Traducción de Laureano Ramírez)

28 septiembre, 2013

Lágrimas

Nace  un niño y lo primero que hace es echarse a llorar. Muere un anciano y los que le rodeaban, se echan a llorar. Lágrimas. Lágrimas al principio, lágrimas al final. Y de unas a otras, entre tanto, puede sopesarse la calidad humana del que llora según qué lágrimas vierta, pues las lágrimas son manifestación del ser interior de quien llora. El tipo de lágrimas declara qué tipo de persona es el que llora. Nada tienen éstas que ver con lo adverso o lo favorable de los sucesos que sobrevienen en la vida.

Los caballos y los bueyes sufren año tras año, comen mal año tras año, sienten la vara que azota año tras año: eso sí que es una vida sufrida; sin embargo, no saben llorar. Y no saben llorar porque no tienen calidad interior. Pero los orangutanes, esos seres que saltan de rama en rama en los bosques comiendo castañas y peras, llevan una vida placentera, mas aúllan y chillan: esos chillidos son las lágrimas del orangután. Los zoólogos sostienen que la naturaleza animal más cercana a la humana se halla precisamente en los orangutanes, que son los animales con más calidad humana interior. No en vano decía aquel poema antiguo:
La quebrada de la Chamana
es la más larga de las tres de Badong.
Allí, cuando un orangután da tres aullidos
se le encoge al hombre el corazón.
Los sentimientos son fruto de la naturaleza interior y las lágrimas son fruto de los sentimientos. Hay dos tipos de lágrimas: las que se lloran con fuerza y las que se lloran sin fuerza. Las lágrimas sin fuerza son las que derrama una boba que pierde una horquilla o un niño que pierde una manzana. Las lágrimas con fuerza son las que lloró la esposa de Qi, que echaron abajo las murallas, o las que derramaron las concubinas de Xiang, que pusieron blanco el bambú en que caían. 

Por su parte, las lágrimas que se derraman con fuerza se subdividen en dos: aquellas que se lloran con fuerza decreciente y aquellas que se lloran con fuerza creciente, que son las que salen de lo más hondo.

[...] Y uno que ha venido a nacer en este tiempo y siente algo por esta vida, por este país, por esta sociedad y por estas creencias actuales, no puede dejar de llorar. Cuanto más se siente, más se llora. De ahí que Liu E haya compuesto Los viajes del buen doctor Can.

Se acaba la partida de ajedrez. Uno envejeze. ¿Podría no llorar? Sé, por lo demás, que a este llanto mío se aunarán miles de entristecidos compatriotas, millones de personas de la tierra.
Quien esto escribe.


Liu E, Los viajes del buen doctor Can
Prólogo del autor.

El hombre de hoy sigue siendo un esclavo

ENTREVISTA:CLAUDIO NARANJO | PSIQUIATRA, PROFESOR Y FUNDADOR DEL SAT

"El hombre de hoy sigue siendo un esclavo"



A sus 76 años, el psiquiatra chileno Claudio Naranjo es considerado como uno de los maestros contemporáneos en vida. Profesor de una docena de prestigiosas universidades de todo el mundo y doctor honoris causa por la italiana de Udine, es autor, entre otros ensayos, deCarácter y neurosis y Cambiar la educación para cambiar el mundo. También es el fundador del programa Searchers After Truth (SAT), orientado a promover el autoconocimiento y el desarrollo personal, integrando herramientas y disciplinas occidentales y orientales. Naranjo ha sido invitado recientemente por Esade para reflexionar sobre cómo impulsar una formación más humanista como respuesta a la deshumanización de las empresas y de la sociedad.

"Adaptarse a esta sociedad enferma no es un síntoma de inteligencia"
"El líder que necesita la empresa es un hombre libre, consciente y sabio"

Pregunta. ¿Cómo es posible que se deshumanicen los seres humanos?

Respuesta. Cada ser humano cuenta con dos fuerzas antagónicas en su interior. Uno es el falso yo, más conocido como ego o personalidad, relacionado con la ignorancia, la inconsciencia, el egocentrismo, la insatisfacción y el miedo. El otro es el verdadero yo, nuestra verdadera esencia y que está conectado con la sabiduría, la consciencia, el bienestar y el amor incondicional. Cualquier persona que no esté en contacto con su esencia está en vías de deshumanizarse, pues poco a poco va olvidando y marginando sus verdaderos valores, lo que repercute en su forma de pensar, vivir y relacionarse con los demás.

P. ¿Cómo se sabe que una persona vive identificada con su ego?

R. Es fácil: en primer lugar, porque a pesar de hacer y tener de todo siente un vacío en su interior, como si le faltara algo esencial para vivir en paz. De tanto dolor acumulado, finalmente se desconecta de su verdadera humanidad. Desde el ego, las personas actúan movidas por el miedo y la necesidad de supervivencia física y emocional. Su objetivo es conseguir que la realidad se adapte a sus deseos, necesidades y expectativas egoístas, lo que les lleva a vivir una vida marcada por el sinsentido, el malestar y la necesidad constante de evasión y narcotización de sí mismos.

P. ¿Por qué prevalece la deshumanización de las empresas y de la sociedad?

R. Porque llevamos muchas décadas condicionando a los seres humanos con falsas creencias sobre quiénes son y cuál es su relación con el mundo. Debido a la ignorancia ha prevalecido el ego, desde el que se ha construido una sociedad competitiva, agresiva, avariciosa, superficial, insatisfecha, vacía y ambiciosa, que a su vez sigue condicionando a las nuevas generaciones para preservar elestablishment.

P. ¿A qué se refiere?

R. El mundo se ha convertido en un negocio en manos de las grandes corporaciones. Debido al sistema monetario, todas las instituciones funcionan bajo un mismo principio creador: su propia supervivencia. Tanto los Gobiernos como las entidades financieras, las empresas y las instituciones religiosas, que tanta influencia tienen en la sociedad, están orientadas a optimizar sus recursos para tener el mayor lucro posible. El bienestar de la humanidad y del medio ambiente les trae sin cuidado porque no es rentable.

P. De ahí la dificultad de tener verdaderos líderes humanistas...

R. Exacto. A la maquinaria del sistema monetario sólo le interesa que las cosas sigan como están, incluyendo los 40 conflictos armados existentes hoy y que tanto dinero generan a la industria armamentística mundial. Por eso, líderes como los hermanos Kennedy, Gandhi, Luther King y tantos otros fueron asesinados. Los que tienen el poder tan sólo están interesados en continuar teniéndolo, y para eso necesitan seguir esclavizando a los pueblos por medio de la deuda y los intereses bancarios, que impiden que la humanidad salga de este círculo vicioso.

P. ¿Y cuál es su propuesta?

R. Un cambio radical en el proceso de formación humano. Ahora prevalece el condicionamiento egoico, que provoca que el hombre siga siendo un esclavo. En cambio, una educación basada en nuestra verdadera naturaleza potencia el desarrollo de nuestra conciencia, lo que nos libera de las falsas creencias acumuladas por el ego y que tanto limitan nuestra existencia. La crisis económica tan sólo pone de manifiesto nuestra crisis de conciencia. Es un indicador de que algo está funcionando muy mal.

P. Usted suele hablar de "la búsqueda de la verdad"...

R. Todos los grandes sabios de la humanidad, como Buda, Lao Tse, Jesucristo o Sócrates, han dicho lo mismo: el sentido de la vida es aprender a trascender nuestro egoísmo y egocentrismo para que podamos ver a los demás y al medio ambiente que nos rodea como parte de nosotros mismos. No existe la fragmentación, sólo la unidad: todos somos uno. Buscar la verdad implica cuestionar el condicionamiento sociocultural recibido para recuperar el contacto con nuestra verdadera naturaleza. No es ningún síntoma de inteligencia adaptarse a una sociedad como la actual, profundamente enferma. El líder que las empresas necesitan para mejorar la realidad debe ser, ante todo, un hombre consciente, libre y sabio. -

11 agosto, 2013

Español para árabes multilingües y multiculturales

En árabe se utilizan dos palabras para decir árabe y Occidente que sólo se diferencian en la grafía por una letra [carab] y [garb] respectivamente1. ¿Es un símbolo de sus mutuas relaciones, un reflejo que produce ya sea el entendimiento por similitud como el conflicto por simetría? En cualquier caso, es necesario seguir trabajando por estrechar lazos de amistad entre los países árabes y Occidente y, de ahí el papel de puente que puede representar simbólicamente España y la lengua española.


POR ALBERTO GINESTE LLOMBART

En un seminario de formación de profesores sobre Interculturalidad celebrado en el 2005 en el Instituto Cervantes de El Cairo, una ponente egipcia insistía en la necesidad de que los profesores de E/LE para árabes deberían conocer mejor la situación del mundo árabe. En cierto modo, de ahí parte este artículo, que propone una reflexión para el profesor de español que trabaja o trabajará con alumnos árabes. Si bien se trata de una aproximación a la lengua y cultura árabes, el objetivo principal es concienciar al profesor y al alumno para sacar partido del conocimiento previo de otras lenguas internacionales, generalmente el inglés y/o francés, ampliamente extendidas entre el alumnado árabe. Con este artículo se apuesta así por romper con el gran mito del estudiante árabe monolingüe y monocultural.


¿Una lengua, una cultura?



Si en Europa existen ya unas propuestas muy avanzadas en cuanto a plurilingüismo y pluriculturalidad, éstas brillan por su ausencia en los llamados países árabes. De ahí, sin duda, la oportunidad de desarrollar tales conceptos a través de la enseñanza de E/LE para árabes. Dentro del mundo islámico, se considera países árabes a un vasto territorio que va desde Marruecos, en el oeste, hasta Omán, en el este, y desde la frontera con Turquía, en el norte, hasta Sudán y el Sahara, en el sur. Sin embargo, sería posible argumentar que la historia del Magreb es bien diferente de la del Oriente Medio (Hounari, 1991), cuestionando así el panarabismo, sobre todo al comparar la Liga Árabe, creada en 1945, con la cohesión política, social, económica y cultural lograda por ejemplo por los EE.UU. o la Unión Europea.

En cierto modo la historia de los países donde el árabe es la lengua principal no se puede ver aisladamente de otros países musulmanes (Hounari, 1991). El Islam es la religión oficial que engloba a muchos países de África central, Medio Oriente y Asia (Dumortier & Marin, 2002). Sin tener en cuenta el efecto de la globalización liberal de las religiones que las empuja a tomar conciencia de una misión universal, nadie duda en la actualidad de la religión en estos países (Said,1991). De ahí, la necesidad de prestar atención a este componente cultural y apostar así por una enseñanza intercultural para evitar posibles choques culturales por pautas de comportamiento social, religiosas u otras, distintas a las de las sociedades hispanas.

El fenómeno de la islamización no es un proceso de involución, como se podría ver desde Europa donde parece triunfar un totalitarismo laico2, sino una etapa de avance y desarrollo hacia lo que, para algunos, se supone que debe ser: una teocracia islámica3. Ésta supone, como cualquier otra, el fin de la separación entre la creencia privada y la práctica pública, conquistando la totalidad de los dominios de la vida social. Sin embargo, sería falsear la realidad presentar también el Islam, al igual que ocurre con otras religiones, como una religión unitaria (Waines, 2003), puesto que existen varias interpretaciones, diferentes ramas (p. ej. chiítas, sunitas, sufíes, drusos, alauitas, etc.) y a su vez diferentes escuelas jurídicas (p. ej. maliquitas, chafaítas, hanafitas, etc.). Si por un lado, una opinión pública generalizada coincide en un rechazo del imperialismo norteamericano y un odio a Israel, por otro, imaginarse una unidad religiosa sin duda es olvidarse de un detalle: la antipatía mutua que existe también entre diversos grupos. Además, en el contexto de estos estados donde el Islam es la religión oficial, cabe destacar la presencia de minorías religiosas, cuya situación es a menudo problemática.

Si la lengua árabe es un nexo de unión entre estos países, hay que matizar a qué nos referimos cuando hablamos de árabe. Se podrían distinguir tres niveles de árabe. En primer lugar el árabe clásico, lengua prestigiosa asociada al Corán y a las grandes obras literarias clásicas, a la lengua escrita islámica y pre-islámica (p. ej. las mualaqat o poesías árabes). En segundo lugar, el árabe moderno o árabe estándar, versión modernizada del árabe clásico, es ante todo una lengua escrita y una lengua de relaciones interétnicas para muchos árabes. No varía prácticamente de un país árabe a otro, ya que se encuentra en los manuales escolares, la prensa y los diferentes medios de comunicación de todos los países árabes. Se utiliza pues para redactar cartas, la prensa, a veces en discursos políticos y siempre en los religiosos. Prácticamente la mayoría de los escritores lo han adoptado. También, a veces, se utiliza igualmente para discutir temas más o menos cultos (entrevistas, mesas redondas, coloquios). Es decir, es asociado a la lengua de la cultura literaria, a la ciencia y a la tecnología, y a las funciones administrativas. El dominio de este árabe estándar presupone un gran esfuerzo, sobre todo porque no es la lengua del día a día, ni probablemente la lengua materna de nadie. Así, recordando el altísimo nivel de analfabetismo en estos países, del 30% a más del 70% según datos del Banco Mundial, Washington DC (2005), sólo puede llegar a una alta competencia lingüística una parte de la población que ha sido escolarizada.

En tercer lugar, el árabe dialectal, utilizado por los hablantes en la vida cotidiana. Aunque normalmente no se escribe, sí existen algunos escritores que han optado por hacerlo. Así, esta lengua es pues sobre todo hablada, de sintaxis más simple, con diferencias de vocabulario y de pronunciación con respecto al árabe estándar. A pesar de que el dialecto varía de un país a otro, e incluso de ciudad a ciudad, y sería más correcto hablar de dialectos en plural, sin embargo es posible agruparlos en áreas mayores, dentro de las cuales hay virtualmente comprensión mutua (Fisher, 1980). Así pues, forman un grupo todos los dialectos occidentales del noroeste de África (p. ej. libio, tunecino, argelino, marroquí, mauritano, maltés y chipriota), y otro grupo los dialectos orientales (sirio, libanés, jordano, palestino, egipcio, sudanés, chadiano, iraquí, yemení, somalí, omaní, así como los dialectos del Golfo).

En esta situación de diglosia, existen varios dialectos y un solo árabe estándar. El gran público, aunque pueda leer por ejemplo el periódico (si está alfabetizado) y escuchar (¿incluso si es analfabeto?) la radio y la televisión en árabe estándar, en la vida cotidiana utiliza principalmente su dialecto. Entre todos los dialectos, el egipcio, y especialmente el dialecto de El Cairo ha ido imponiéndose a causa del prestigio que rodea a cuanto proviene de la capital4 . El árabe egipcio tiene además una ventaja importante con respecto a sus vecinos: su dialecto es familiar a millones de personas desde Jeda hasta Marrakech, gracias al cine, a los culebrones y a la canción. De todos los países árabes, Egipto, sin duda un país líder en temas como la literatura y el arte en general, lo ha sido más todavía para la música, tanto clásica como moderna, y aún más si cabe, en el séptimo arte. Tanto la música como el cine (inclusive series televisivas que son tanto o más vendibles que los largometrajes) constituyen unas boyantes industrias. La distribución de sus productos alcanza la mayor parte de países árabes que constituyen un mercado inagotable.

La diferencia entre el árabe estándar y los dialectos se reduce en algunos casos al uso que se hace de las vocales. No sucede así por ejemplo en los dialectos del Magreb más influenciados por lenguas beréberes. Más allá de las diferencias étnico-raciales que parecen estar diluidas por la mezcla producida durante siglos de convivencia, actualmente asociaciones beréberes luchan por el reconocimiento de su idiosincrasia lingüística y cultural, ya que la progresiva implantación de la escolarización en árabe ha generado un proceso de arabización. Y es que parece existir una tradición de negar la existencia de la pluriculturalidad y plurilingüísmo en el interior mismo de estos países. En resumen, los numerosos dialectos son muchas veces ininteligibles entre ellos, no sólo de un país a otro sino de una región a otra dentro de un mismo país. Para simplificar, se puede decir que las diferentes variedades de árabe dialectal son intercomprensibles más fácilmente entre áreas geográficas próximas. El viejo conflicto entre el árabe estándar y árabe dialectal está lejos de ser concluido. Los defensores del estándar invocan el Corán, la tradición, la pureza de la lengua y la unidad del mundo árabe. El dialecto es despreciado por ser una forma degradada y deteriorada de la noble y sagrada lengua. Sin embargo, existe un movimiento de escritores que reclaman el reconocimiento de la dignidad del dialecto.

Aunque millones de musulmanes residentes en países donde el árabe no es oficial posean conocimientos de árabe por razones básicamente religiosas, en el presente artículo vamos a centrarnos en los países donde el árabe es lengua oficial5. Si bien en estos territorios el árabe es un potente símbolo de unidad cultural, la realidad resulta ser otra de la que parece ser a primera vista. El hecho de que el árabe sea la lengua oficial no implica obligatoriamente que sea la única lengua entre su población. Las ciencias sociales hacen una importante distinción entre formal e informal, entre modelo oficial y el no oficial. ¿En qué lengua ha conversado con su homólogo marroquí? le preguntó una vez Solé con cierta curiosidad a un ministro egipcio. “Hemos hablado árabe durante unos cinco minutos y luego nos hemos pasado al francés….” (1999:311). Mientras un diálogo de tipo familiar se lleva a cabo en árabe dialectal, en una conversación de carácter técnico o científico, a menudo resulta más cómodo hablar en francés o inglés, puesto que es muy común que estas lenguas hayan sido lenguas vehiculares de enseñanza. La oficialidad del árabe oculta en el seno de estos países no sólo la existencia de otras lenguas extranjeras, sino también de otras lenguas autóctonas (p. ej. el beréber, el kurdo, el nubio) tanto o más validas que el árabe (Leclerc, 2001).

En resumen, contrariamente a un cliché muy expandido debido a cierta tendencia centralista que niega un reconocimiento cultural y lingüístico a las minorías presentes en los países árabes, así como a una tendencia islámica que quiere enrolar todo bajo una bandera del Islam, la identidad árabe está sin embargo esencialmente marcada por la diversidad étnica, lingüística y religiosa (Chebel, 2005). De ahí la necesidad de desarrollar la competencia intercultural entre el alumnado árabe, ya que hoy en día vivimos en una sociedad goblalizada y multicultural (Jiménez, 2005). Sin embargo, incluso si las diferencias culturales son sin duda importantes, corremos el riesgo de perder la visión global de un punto igualmente importante: la universalidad de la cultura ente todos los seres humanos. Así pues, todas las reflexiones sobre cultura, y por extensión sobre multiculturalidad, parecen estar enfrentadas a un dilema inicial: cultura o culturas, universalidad o afirmación de diferencias.

¿Monolingüismo o plurilingüismo?

La mente de la persona que empieza a aprender una lengua extranjera (LE) no es una caja vacía, ya que al adquirir su lengua materna (LM), así como otras lenguas extranjeras, el aprendiente acude, como estrategia de comunicación y de aprendizaje, a un bagaje de conocimientos y habilidades lingüísticas y metalingüísticas previos que tiende a transferir a la lengua objeto (LO) de estudio. A pesar de que quedan todavía muchas incógnitas sobre la transferencia de la LM a la LO, las numerosas investigaciones en los últimos años han permitido llegar a la postura más o menos reconciliadora entre las perspectivas conductista, innatista, y cognitiva. Por un lado se sigue hablando de un orden universal de adquisición, independiente de la LM, pero por otro, ya nadie pone en duda que la LM es un factor central en el proceso de aprendizaje de una segunda lengua (L2), por lo que no se puede entender el proceso de aprendizaje de una lengua no nativa sin tener presente el papel de la LM o de otras lenguas ya adquiridas como parte del gran puzzle de la competencia plurilingüística comunicativa.

Según la teoría de la gramática universal, los principios universales que operan en todas las lenguas constituyen la gramática nuclear. En cambio, las reglas que son propias de una lengua particular, producto de su evolución histórica préstamos de otras lenguas, constituyen la gramática periférica. Desde el punto de vista de la adquisición de las lenguas no nativas, las propiedades lingüísticas de la LO podrían variar en el grado de dificultad y de esfuerzo para adquirirlas, dependiendo de si la LO tiene rasgos o propiedades más o menos universales, es decir, comunes a todas o a varias lenguas, o es una lengua con rasgos particulares o idionsicrásicos (Baralo & Krzystalowska, 2004). Dicho de otra manera, las propiedades de la gramática nuclear se adquieren sin esfuerzo mientras que las propiedades específicas de la gramática periférica de la lengua meta ofrecerán mayores dificultades. El hecho del origen latino común del español con el francés (Walter, 1994) y la gran influencia de éste último junto al latín en el inglés (Crystal, 1994) facilitan la transferencia de conocimientos de estas lenguas indoeuropeas más parecidas al español.

La civilización árabe ofreció los medios intelectuales para un renacimiento de España y Europa a fines de la Edad Media. La filosofía y las ciencias de la Antigüedad griega, como las de las civilizaciones del próximo y lejano Oriente, recogidas y transformadas por el pensamiento árabe, enriquecieron el pensamiento occidental. Sin embargo, la simbiosis se produjo sobre todo en lo cultural más que en lo lingüístico. Debido a la disparidad entre la sintaxis del español, lengua románica, y la del árabe, lengua semítica, la mayor influencia de esta última se produjo sobre todo en el léxico, en el campo de las matemáticas, la astronomía, la cocina, la química, la marina, los tejidos, la agricultura, entre otras categorías. Sin embargo, con el tiempo, mucho vocabulario ha ido cayendo en desuso. Igualmente, cabría destacar el caso contrario, es decir, la gran influencia sobre todo en ciertos dialectos árabes de lenguas de gran prestigio internacional6.

El papel de la LM ha preocupado a los docentes y a los investigadores siempre. Aunque nos queda mucho por investigar, la transferencia de los hábitos de la LM a la LO es un aspecto bastante estudiado. Se trata de un fenómeno muy complejo que va más allá de una simple y mecánica transferencia de ciertos ítems semánticos y sintácticos de una lengua a otra. La complejidad aumenta si tenemos en cuenta que, en algunos casos, las competencias lingüísticas de algunos hablantes son superiores en una LE más que en su LM.

Desde el punto de vista cognitivo, la transferencia de la LM o L2 es un proceso universal que interviene en el desarrollo de la interlengua, es decir, del sistema lingüístico propio de cada hablante no nativo en cada momento del proceso de la adquisición de una nueva lengua (L3, L4, etc). Desde esta perspectiva, la LM u otras lenguas ya aprendidas cobran una gran importancia en la construcción de una competencia plurilingüística comunicativa (Marco de Referencia Europeo, 2001). De ahí la importancia de tener en cuenta no sólo la LM árabe sino los varios conocimientos previos de otros idiomas. Muchos estudiantes no sólo tienen cierta competencia en otras lenguas, sino que en algunos casos incluso han sido escolarizados en escuelas extranjeras, y por consiguiente han tenido como lengua de instrucción generalmente el inglés y/o el francés.

Una vez expuesta la teoría queda por aportar una propuesta práctica. Un puente de contacto entre la investigación y la práctica docente en el aula de E/LE. Desde aquí se anima a colaborar a los Institutos Cervantes y a las universidades de los países árabes en la creación de equipos académicos con proyectos de investigación sobre la especificad del E/LE para el alumnado árabe. El objetivo sería consolidar unos valores universales tales como la no-discriminación, la justicia y la tolerancia (inscrita en la Declaración Universal de los Derechos Humanos) e integrarlos en materiales educativos dirigidos a profesores y estudiantes de E/LE. Basado en las diversas teorías de adquisición de lenguas extranjeras y su repercusión en la didáctica de E/LE, se necesita una perspectiva interesada en la producción de contenidos educativos que inviten a aprender a convivir


(visitado el 11/08/2013)

15 junio, 2013

Piensas más de lo que puedes expresar...





Ya hablaremos otro día. Veo que piensas más de lo que puedes expresar. Claro que si es así te darás cuenta también de que nunca has vivido completamente lo que piensas; y eso no es bueno. Sólo el pensamiento vivido tiene valor. Hasta ahora has sabido que tu "mundo permitido" sólo era la mitad del mundo y has intentado escamotear la otra mitad, como hacen los curas y los profesores. ¡Pero no lo conseguirás! No lo consigue nadie que haya empezado a pensar.






Hesse, H. Demian. Historia de la juventud de Emil Sinclair.
Alianza Editoral. Página 74.

14 junio, 2013

Divagaciones sobre los secretos del amor.

En las xilografías de la era Genroku los rasgos físicos de los dos amantes están representados con una similitud sorprendente. También en la escultura griega el ideal universal de belleza hace que los cuerpos del hombre y de la mujer se parezcan bastante. ¿No puede residir aquí uno de los secretos del amor? ¿No podría ser que en los recovecos más recónditos del amor existiera, tanto en el hombre como en la mujer, el ansia imposible de llegar a ser exactamente iguales? ¿No cabe la posibilidad de que el deseo amoroso impulse a la gente  a imponerse un alejamiento trágico desde el cual marcar la imposibilidad de acceder al polo opuesto? Es decir, como el amor recíproco no puede lograr la perfección de una identidad de los dos seres, ¿no se producirá un proceso mental mediante el cual cada uno de los dos amantes trata de no asemejarse en lo más mínimo al otro, y emplea este alejamiento como una especie de coquetería dirigida al otro? En cualquier caso, ¡qué lástima que esta similitud acabe reducida a una ilusión momentánea! Porque, a pesar de que la joven enamorada se hace más valiente y el joven enamorado se vuelve más tímido, llega un momento en que los dos, yendo en direcciones opuestas, se cruzan rompiendo la similitud y encaminándose cada uno a un lugar en la distancia en la cual ya no existe un objetivo.

Mishima, Y. (1948, 2010) Confesiones de una máscara.
Madrid: Alianza editorial. Página 82.

09 junio, 2013

La belleza, algo espantoso.

Pero basta de versos. Déjame llorar, Que todos menos tú se rían de mi tontería. Veo brillar tus ojos. Basta de versos. Ahora quiero hablarte de los «insectos», de esos a los que Dios ha obsequiado con la sensualidad. Yo mismo soy uno de ellos. Nosotros, los Karamazov, somos todos así. Ese insecto vive en ti, levantando tempestades. Pues la sensualidad es una tormenta, y a veces más que una tormenta. 

La belleza es algo espantoso. Espantoso porque es indefinible, y no se puede definir porque Dios sólo ha creado enigmas. Los extremos se tocan; las contradicciones se emparejan. Mi instrucción es escasa, hermano mío, pero he pensado mucho en estas cosas. ¡Cuántos misterios abruman al hombre! Penetra en ellos y sale intacto. Penetra en la belleza, por ejemplo. 

No puedo soportar que un hombre de gran corazón y de elevada inteligencia empiece por el ideal de la Virgen y termine por el de Sodoma. Pero lo más horrible es que, llevando en su corazón el ideal de Sodoma, no repudie el de la Virgen y se abrase en él como en los años de su juventud inocente. El espíritu del hombre es demasiado vasto: me gustaría reducirlo. Así no hay medio de que nos conozcamos. El corazón humano, el de la mayoría de los hombres, halla la belleza incluso en actos vergonzosos como el ideal de Sodoma. Es el duelo entre Dios y el diablo: el corazón humano es el campo de batalla.

Dostoyevski, F. Los hermanos Karamazov
Libro III capítulo III

14 mayo, 2013

L'Empire des signes


El discurso de Antístenes

«Pues ea», dijo Sócrates, «cuéntanos por tu parte, Antístenes, cómo con tan pocos bienes te enorgulleces de tu riqueza». «Porque creo, amigos, que las personas no tienen la riqueza y la pobreza en su casa, sino en sus almas. Veo, en efecto, que muchas personas corrientes, aun teniendo una gran cantidad de riquezas, se consideran tan pobres que afrontan toda clase de fatigas y de riesgos para poseer más, y sé incluso de hermanos que, habiendo heredado partes iguales, uno de ellos tiene lo suficiente, e incluso le sobra, mientras que al otro le falta todo. Estoy informado también de que algunos tiranos tienen tal hambre de riquezas que cometen crímenes más atroces que los pobres más necesitados, pues a causa de la necesidad evidentemente algunos roban, otros asaltan, otros venden como esclavos a hombres libres y hay también tiranos que destruyen familias enteras, matan personas en masa, e incluso a menudo reducen a la esclavitud a ciudades enteras para conseguir dinero. Pues bien, a esta clase de individuos les compadezco mucho por la grave enfermedad que padecen: me parece que les ocurre lo mismo que a una persona que dispusiera de mucho y que por mucho que comiera, nunca estuviera satisfecha. En cuanto a mí, tengo tantos bienes que apenas puedo encontrarlos Sin embargo, me sobra para comer hasta llegar a no tener hambre, para beber hasta no tener sed y para vestirme hasta el punto de no tener más frío cuando salgo que Calias, aquí presente, a pesarde lo riquísimo que es. Y cuando estoy en mi casa, los muros se me antojan cálidas túnicas y mantos muy espesos los tejados, y la cama que tengo es tan satisfactoria que incluso me cuesta trabajo despertarme. Y si alguna vez mi cuerpo me pide amor, hasta tal punto me basta lo que tengo a mano, que las mujeres a las que me acerco me colman de caricias porque ningún otro querría acercarse a ellas. Y todos esos placeres me parecen tan agradables, que no desearía encontrar mayor gusto practicando cada uno de ellos, sino menos; hasta tal punto creo que algunos de ellos son más dulces de lo conveniente. Pero la posesión que calculo de mayor valor en mi riqueza es el hecho de que, si alguien me quitara lo que ahora tengo, no veo a pesar de ello ningún trabajo, por humilde que sea, que no me proporcionara sustento suficiente. Porque incluso cuando quiero darme buena vida no compro en el mercado lo más lujoso (pues sale demasiado caro), sino que lo saco del almacén de mi alma Mucho mayor es mi placer cuando espero la necesidad para acercarme a él que cuando consumo algo costoso, como me ocurre ahora mismo, queme he encontrado con este vino de Tasos y lo bebo sin tener sed. Además, es lógico que sean mucho más justos los que atienden a la sencillez antes que a la abundancia de dinero, pues quienes más se conforman con lo que tienen a mano menos aspiran a lo ajeno. Merece la pena tomar en consideración cómo una riqueza de tal clase hace liberales a los hombres, pues ahí tenemos a Sócrates, a quien debo mi riqueza, que no calculaba ni pesaba lo queme daba, sino que me proporcionaba cuanto podía llevarme. Yo ahora, por mi parte, a nadie se la escatimo, sino que a todos mis amigos les muestro mi abundancia y comparto con quien lo desee la riqueza de mi alma. Y, además, la más exquisita de las posesiones, que es el ocio,veis que siempre está presente en mí, de modo que puedo ver los espectáculos más dignos de contemplación, oír loque merece escucharse y, lo que yo más estimo, pasar libre de ocupaciones mis jornadas con Sócrates. Tampoco él admira más a los que cuentan más dinero sino que pasa el tiempo conviviendo con los que más le gustan». Tales fueron los argumentos de Antístenes.

Jenofonte. 
Recuerdos de Sócrates; Económico; Banquete; Apología a Sócrates.
Madrid: Gredos, 1993, pp. 330-333

06 marzo, 2013

El Infierno

Y como aquel que alegre se hace rico
y llega luego un tiempo en que se arruina,
y en todo pensamiento sufre y llora: [57]

tal la bestia me hacía sin dar tregua,
pues, viniendo hacia mí muy lentamente,
me empujaba hacia allí donde el sol calla. [60]
Mientras que yo bajaba por la cuesta,
se me mostró delante de los ojos
alguien que, en su silencio, creí mudo. [63]

Dante Alighieri, El infierno en "Divina comedia".

Sobre el arte

Sólo las obras de arte que pueden ser percibidas como formas de comportamiento tienen su raison d'étre. El arte no es sólo el pionero de una praxis mejor que la dominante hasta hoy, sino igualmente la crítica de la praxis como dominio de la brutal autoconservación en medio de lo establecido y a causa de ello. Denuncia como mentirosa a una producción por la producción misma, opta por una praxis más allá del trabajo. Promesse de bonheur quiere decir algo más que esa desfiguración de la felicidad operada por la praxis actual: para ella, la felicidad estaría por encima de la praxis. La fuerza de la negatividad en la obra de arte es la que mide el abismo entre praxis y felicidad. Kafka no excita ciertamente un deseo pasional. Pero la angustia real que crean obras suyas en prosa como La metamorfosis o La colonia penitenciaria (el shock de encogimiento, el asco que sacude la physis) todo ello, como forma de defensa, tiene más que ver con la pasión que con el antiguo desinterés que él recoge y que tras él perdura. Pero el desinterés es groseramente inadecuado para dar cuenta de sus escritos. Sirve para que el arte se hunda en vertical hasta convertirse en eso que Hegel desprecia, en el juego agradable o útil del Ars Poetica horaciana. La estética de la época idealista, a la vez que el arte mismo, se han liberado de él. La experiencia artística sólo es autónoma cuando rechaza el paladeo y el goce. El camino hacia ello atraviesa el hito del desinterés. La emancipación del arte respecto de los productos de la cocina y la pornografía es irrevocable. Pero no queda tranquila en el mero desinterés, porque esta etapa sigue reproduciendo, aunque modificado, el interés. Toda ήδονή es falsa en un mundo falso. A causa de la felicidad se renuncia a la felicidad. Así sobrevive el deseo en el arte. 

Theodor W. ADORNO: Teoría estética (1970)

02 febrero, 2013

El delito del cuerpo

¿LA EVIDENCIA DEL CUERPO? SEXO, GÉNERO Y CUERPO.

Hay muchos cuerpos distintos pero nos resistimos a que ninguno escape a ser (de) hombre o (de) mujer: dos únicas posibilidades para una enorme cantidad de materializaciones corporales diversas. O, en realidad, una sola posibilidad en tanto que ese par se presenta como contrario y complementario. O se es mujer o se es hombre, se pertenece a una de las dos categorías y se participa irremisiblemente de una mayoría substancial de sus atributos más definitorios (en tanto que el otro se define por la falta de ellos). Estar categorizada bajo la etiqueta mujer y que te falten dos dedos del pie izquierdo te hace menos mujer en menor grado que si has tenido que sufrir una mutilación mamaria, por ejemplo: ambas son partes del cuerpo pero una posee un poder identitario sexual mayor que otra, es considerada una marca de feminidad.

Pareciera pues que no todos los atributos reconocibles en el cuerpo poseen un mismo grado de evidencia genérico-sexual –aparentemente un bazo o un codo son más unisex que los huesos de la pelvis, por no nombrar los genitales–. Pero, ¿por qué se estableció esta categorización sobre los cuerpos a partir de la identificación de éstas y no otras características? ¿Ante qué permanecemos ciegos/as al ver un cuerpo por más desnudo que esté? Hay una jerarquización naturalizada y normativizadora que prescribe los cuerpos, los hace legibles, según unos parámetros que se pretenden biológicos.

Así pues las categorías no hegemónicas de los pares como hombre/mujer, heterosexual/homosexual se construyen como un afuera desde el adentro y son, por tanto, un reverso del propio miedo a la impureza que constituye la categoría dominante. En ningún caso otra opción; ni siquiera una opción. Porque en definitiva existe una sola posibilidad, por lo tanto, ninguna capacidad de elegir.

Para convertir en lugares identitarios fuertes categorías como mujer o las tradicionalmente agrupadas –en un momento histórico determinado– bajo el epígrafe homosexual (lesbianas, gays, transexuales, transgenéricos, intersexuales…) habrá que constituirlas no tanto en contra de la categoría hegemónica –cosa que beneficiaría la dinámica del par– sino de otro modo, cruzando y volviendo a cruzar la frontera preservativa del mismo binomio, como recomienda Diana Fuss; desde el mestizaje (y la contaminación) como lugares de resistencia, como propone María Lugones; o desde una gestualidad textual autográfica que admita el ser uno/a y múltiple a la vez, como sugiere Shirley Neuman. Y, por su parte, Nicole Brossard, en lo que muy bien podría ser un leit motiv compartido por todas estas propuestas, advierte: «Una lesbiana que no reinventa el término es una lesbiana en proceso de extinción».

Incluso el mismo par de pares que estamos manejando supone una mutua implicación interna: la heterosexualidad normativa que rige la sexualidad demanda y posibilita, a la vez, el establecimiento nítido y seguro del sistema binario de género-sexo; esto es, la reducción a las categorías hombre versus mujer o, en definitiva, hombre frente a todo lo que no es suficientemente hombre.

Desarticular, del modo que sea, el binomio hombre/mujer implica desarmar la heterosexualidad que prescribe la unión sexual de cada una de estas categorías con su contrario y complementario (u obligar a que se reescriba e imponga de otro modo); confundir los géneros es dificultar la certeza de una práctica sexual legal y autorizada. De un modo similar, pluralizar las prácticas supone rearticular las categorías e incluso multiplicarlas. La tan debatida afirmación (sin duda contundente) de Monique Wittig –«Las lesbianas no son mujeres»– puede leerse en esta dirección. Una lesbiana que tiene puesto su deseo en otra lesbiana o simplemente en una mujer (y no en un hombre) establece otra lógica distinta a la patriarcal heterosexista. Ser mujer es –exige– paticipar y pertenecer a la heterosexualidad opresiva que usa y legisla los cuerpos para la reproducción y la satisfacción del placer masculino: «[…] sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres porque la mujer no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales»

La diferencia genérico-sexual binaria aparece, pues, asociada a la práctica de una sexualidad determinada que rige los cuerpos y sus relaciones, los encauza a determinadas interacciones mientras que proscribe, patologiza, persigue y castiga otras. Dentro de las propuestas del feminismo se estableció la diferencia entre sexo y género a fin de evitar el biologismo del cuerpo –justamente por lo que tenía de evidente y explícito–. De este modo, se entendía el sexo como natural, previo, esencial y biológico, frente al género que se consideraba cultural, posterior, un constructo social. La frase de Simone de Beauvoir –«Una no nace mujer, se convierte en mujer»– puede ser interpretada en esta línea.

Como ser verá más adelante, Judith Butler indaga en este devenir mujer y, nuevamente, es Diana Fuss quien se encarga de desarticular esta distinción entre esencialismo y construccionismo. Ambas nos muestran que el establecimiento del mismo binomio esencial versus constructo es construido o, dicho de otro modo, la propia distinción natural versus cultural es cultural, en tanto que se establece desde la cultura y podemos constatar que ha variado a lo largo de la historia del pensamiento.

Como apunta Judith Butler, no hay diferencia entre el sexo y el género sino que ambos se refieren a una materialización determinada de los cuerpos y surgen a la vez fruto de una diferencia discursiva de orden cultural. Cabe añadir que no solamente acabaremos estableciendo lo que es natural desde la cultura –por tanto la construcción de lo esencial como presuntamente no construido– sino que por más que nos queramos resistir al esencialismo no podemos escapar desde el punto en que el uso del lenguaje supone en sí mismo cierto esencialismo y lleva asociado un determinismo que, como veremos más adelante, no es completamente determinante.

Desde esta perspectiva, pues, el cuerpo –la materialidad del cuerpo– es causa y efecto a la vez de una serie de procesos que se desarrollan en las redes conceptuales binarias interrelacionadas y que son llevados a cabo –materializados propiamente– a través del lenguaje, de su textualización. El
cuerpo es un texto; el cuerpo es la representación del cuerpo. El primer efecto discursivo es la naturalización de la materialidad del cuerpo y sus presuntos efectos asociados: la dualidad de géneros, una sola práctica sexual.

Torras, Meri , «El delito del cuerpo». En Meri Torras (ed.),
Cuerpo e identidad I. Barcelona: Edicions UAB, 2007.

10 enero, 2013

El cuerpo utópico - Michel Foucault

Desde que abro los ojos, me es imposible escapar a ese lugar que dulce, ansiosamente, Proust habita en cada despertar. Y no es porque a causa de él me encuentre anclado en donde estoy, pues, después de todo, no sólo puedo moverme y removerme, sino que también puedo removerlo a él, moverlo, cambiarlo de lugar. Pero he aquí que no puedo desplazarme sin él; no puedo dejarlo allí donde está para yo irme por otro lado. Puedo ir al fin del mundo, puedo esconderme por la mañana bajo las cobijas, hacerme tan pequeño como me sea posible, puedo dejarme derretir bajo el sol en la playa: él siempre estará allí donde yo estoy; siempre está irremediablemente aquí, jamás en otro lado. Mi cuerpo es lo contrario de una utopía: es aquello que nunca acontece bajo otro cielo. Es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el cual me hago, estrictamente, cuerpo. Mi cuerpo, implacable topía.

¿Y si por casualidad viviera yo en una especie de familiaridad desgastada, como con una sombra, como con esas cosas de todos los días que finalmente ya no veo y que la vida ha tornado en grisallas? ¿Como con esas chimeneas, esos techos que se aborregan cada noche frente a mi ventana pero que cada mañana son la misma presencia, la misma herida...? Frente a mis ojos se dibuja la imagen inevitable que impone el espejo: cara demacrada, hombros curveados, mirada miope, ya sin cabello, verdaderamente nada guapo. Y es en esa ruin cáscara que es mi cabeza, en esa caja que no me gusta que tendré que mostrarme y pasearme; a través de esa rejilla que habrá que hablar, mirar, ser mirado; bajo esa piel, encenegarse. Mi cuerpo es el lugar al que estoy condenado sin recurso.

Yo creo que, después de todo, es contra él y como para borrarlo que se concibieron todas esas utopías. El prestigio de la utopía, su belleza, la maravilla de la utopía, ¿a qué se deben? La utopía es un lugar fuera de todo lugar, pero es un lugar en donde habré de tener un cuerpo sin cuerpo; un cuerpo que será bello, límpido, transparente, luminoso, veloz, de una potencia colosal, con duración infinita, desatado, protegido, siempre transfigurado. Y es muy probable que la utopía primera, aquella que es más difícil de desarraigar del corazón de los hombres sea precisamente la utopía de un cuerpo incorporal. El país de las hadas, el país de los duendes, de los genios, de los magos, pues bien, es el país en el que los cuerpos se transportan tan rápido como la luz, es el país maravilloso en el que las heridas se curan instantáneamente con un bálsamo maravilloso; el país en el que uno puede caer desde una montaña y levantarse vivo; es el país en el que uno es invisible cuando quiere, y visible cuando así lo desea. Si existe un país maravilloso es, claro está, para que en él yo sea príncipe azul, y que todos los lindos gomosos se vuelvan feos y peludos como puercoespines.

También hay una utopía diseñada para borrar al cuerpo. Y esa utopía es el país de los muertos; son las grandes ciudades utópicas que nos legó la civilización egipcia. Las momias, después de todo, ¿qué son? Pues bien, son la utopía del cuerpo negado y transfigurado; la momia es el gran cuerpo utópico que persiste a través del tiempo. Están también las máscaras de oro que la civilización micénica ponía sobre el rostro de los reyes difuntos: utopías de sus cuerpos gloriosos, solares, terror de los ejércitos. Están las pinturas y las esculturas de las tumbas, las estatuas de las iglesias que después de la Edad Media prolongan en la inmovilidad una juventud que jamás pasará. En nuestros días, están esos simples cubos de mármol, cuerpos geometrizados por la piedra, figuras regulares y blancas que destacan sobre el gran marco negro de los cementerios. Y en esa ciudad de utopía de los muertos, he aquí que mi cuerpo deviene sólido como una cosa, eterno como un dios.

Pero probablemente sea el gran mito del alma el que desde lo más lejano de la historia occidental nos ha proporcionado la más obstinada, la más potente de esas utopías mediante las cuales borramos la triste topología del cuerpo. El alma funciona en mi cuerpo de una manera verdaderamente maravillosa: está albergada en él, por supuesto, pero sabe bien cómo escaparse; y se escapa para ver las cosas a través de la ventana de mis ojos; se escapa para soñar cuando duermo, para sobrevivir cuando muero. Mi alma es bella, es pura, es blanca. Y si mi cuerpo lodoso, en todo caso nada bello, llegara a ensuciarla, sin duda habrá una virtud, alguna potencia, habrá mil gestos sagrados que la reestablecerán en su pureza primigenia. Durará mucho tiempo, mi alma, y más que mucho tiempo, cuando mi viejo cuerpo se vaya a pudrir. ¡Viva mi alma! Es mi cuerpo luminoso, purificado, virtuoso, ágil, móvil, tibio, fresco, es mi cuerpo liso, castrado, redondo como una burbuja de jabón.

Y así es como mi cuerpo, en virtud de todas esas utopías, ha desaparecido. Desapareció como la flama de una vela a la que se le sopla. El alma, las tumbas, los genios y las hadas han echado mano sobre él, lo han hecho desaparecer en un parpadeo, han soplado sobre su pesantez, su fealdad, y me lo han restituido deslumbrante y eterno.

Pero, a decir verdad, mi cuerpo no se deja reducir tan fácilmente. Después de todo, él tiene sus propios recursos de fantasía: también posee lugares sin lugar, y lugares más profundos, aun más obstinados que el alma, que la tumba, que los encantamientos de los magos; tiene sus sótanos y sus graneros, sus superficies luminosas. Mi cabeza, por ejemplo: ¡qué extraña caverna abierta hacia el mundo exterior por dos ventanas, dos aperturas! -de eso estoy seguro puesto que las veo en el espejo, y además puedo cerrar una u otra separadamente-; y sin embargo, no hay dos ventanas sino sólo una, puesto que frente a mí veo un paisaje único, continuo, sin barreras ni separaciones. Y ¿cómo es que suceden las cosas en esa cabeza? Pues bien, las cosas vienen a acomodarse en ella; entran en ella, y de eso estoy seguro, puesto que cuando el sol es demasiado fuerte me deslumbra, va a desgarrar el fondo de mi cerebro. Y no obstante, esas cosas que entran en mi cabeza permanecen claramente en su exterior, dado que las veo delante de mí, y para alcanzarlas debo, por mi parte, avanzar.

Cuerpo incomprensible, cuerpo penetrable y opaco, cuerpo abierto y cerrado, cuerpo utópico. Cuerpo en cierto sentido absolutamente visible: sé muy bien lo que es ser escrutado por alguien de la cabeza a los pies, sé lo que es ser espiado por detrás, vigilado por encima del hombro, sorprendido cuando menos me lo espero, sé lo que es estar desnudo. Y sin embargo, ese cuerpo que resulta tan visible me es retirado, está atrapado en una especie de invisibilidad de la que jamás podré separarlo: este cráneo, esta espalda que apoyo y a la que el colchón resiste, que apoyo en el diván cuando estoy acostado, pero que no puedo sorprender más que a través del ardid del espejo... ¿qué es esta espalda cuyos movimientos y posiciones conozco perfectamente, pero que no puedo ver sin contorsionarme horriblemente? El cuerpo, fantasma que sólo aparece en los espejismos del espejo, y además de manera fragmentaria. ¿De verdad tengo necesidad de los genios y de las hadas, de la muerte y del alma para ser a la vez e indisociablemente visible e invisible? Y además, este cuerpo es ligero, transparente, imponderable; nada más alejado de una cosa que él, que corre, actúa, vive, desea, se deja atravesar sin resistencia por todas mis intenciones. Ciertamente, pero sólo hasta el día en el que algo me duele, en el que se ensancha la caverna de mi vientre, en el que mi pecho y mi garganta se bloquean o se atascan o se llenan de topos, hasta el día en el que estalla en mi boca el dolor de muelas; entonces, ahí sí, dejo de ser ligero, imponderable, etc., y me vuelvo cosa, arquitectura fantástica y ruinosa. No, verdaderamente, no hay necesidad de magia ni de encantamiento, no hay necesidad ni de un alma ni de una muerte para que yo sea a la vez opaco y transparente, visible e invisible, vida y cosa; para que yo sea un utopía, basta que sea un cuerpo.

Todas esas utopías mediante las cuales esquivaba mi cuerpo, pues bien, simplemente tenían por modelo y punto primero de aplicación, tenían su lugar de origen en mi cuerpo mismo. Estaba muy equivocado anteriormente al decir que las utopías estaban dirigidas contra el cuerpo y destinadas a borrarlo: las utopías nacieron del cuerpo mismo y se voltearon después contra él.

En todo caso, hay algo seguro: el cuerpo humano es el actor principal de todas las utopías. Después de todo, una de las más viejas utopías que los hombres se hayan contado a sí mismos, ¿acaso no es el sueño de los cuerpos inmensos, desmesurados, que devoran el espacio y dominan el mundo? Es la vieja utopía de los gigantes que encontramos en el corazón de tantas leyendas en Europa, África, Oceanía, Asia; esa vieja leyenda que durante tanto tiempo ha alimentado la imaginación occidental, de Prometeo a Gulliver.

El cuerpo también es un gran actor utópico cuando se trata de máscaras, del maquillaje y de los tatuajes. Enmascararse, tatuarse, no es, como podríamos imaginarlo, adquirir otro cuerpo, simplemente un poco más hermoso, mejor decorado, o que se reconoce con mayor facilidad; tatuarse, maquillarse, enmascararse, es sin duda otra cosa: es hacer entrar al cuerpo en comunicación con poderes secretos y fuerzas invisibles. La máscara, el signo tatuado, el afeite, depositan sobre el cuerpo todo un lenguaje, todo un lenguaje enigmático, todo un lenguaje cifrado, secreto, sagrado, que invoca sobre ese mismo cuerpo la violencia del dios, la potencia sorda de lo sagrado o la vivacidad del deseo. La máscara, el tatuaje, el afeite sitúan al cuerpo en otro espacio, lo hacen entrar en un lugar que no tiene ningún lugar directamente en el mundo; hacen de ese cuerpo un fragmento de espacio imaginario que se va a comunicar con el universo de las divinidades o con el universo de los demás. Uno será poseído por los dioses, poseído por la persona que acaba de seducir. En todo caso, la máscara, el tatuaje, el afeite, son operaciones mediante las cuales el cuerpo es arrancado de su espacio propio y proyectado en otro espacio.

Escuchen por ejemplo este cuento japonés, y la manera en la que un artista del tatuaje hace que la joven mujer que desea transite hacia otro universo que no es el nuestro:

"El sol lanzaba sus rayos como dardos sobre el río e incendiaba la habitación de los siete tapetes. Sus rayos, reflejados en la superficie del agua, imprimían sobre el papel de los biombos, y también sobre el rostro de la muchacha profundamente dormida, un dibujo de olas doradas. Zeikishi, después de haber jalado los canceles, tomó sus instrumentos de tatuaje. Durante algunos instantes, permaneció abismado en una especie de éxtasis. No era sino entonces que saboreaba la extraña belleza de la joven muchacha. Le parecía que podía permanecer sentado frente a ese rostro inmóvil durante decenas y centenas de años sin jamás sentir fatiga o aburrimiento alguno. Del mismo modo que otrora el pueblo de Menfis embellecía la magnífica tierra de Egipto con pirámides y esfinges, Zeikishi deseaba embellecer amorosamente con su dibujo la fresca piel de la joven muchacha. Le aplicó la punta de sus pinceles de colores que sostenía entre el pulgar, el anular y el meñique de la mano izquierda, y a medida que las líneas se dibujaban las picaba con su aguja, que sostenía con la mano derecha."

Y si pensamos que el vestido profano o sagrado, religioso o civil, hace entrar al individuo en el espacio cerrado de lo religioso o en la red invisible de la sociedad, entonces vemos que todo aquello que es relativo al cuerpo, dibujo, color, diadema, tiara, vestimenta, uniforme, todo eso hace florecer de una forma sensible y abigarrada las utopías que están selladas en el cuerpo. Pero quizás habría que ir más abajo del vestido; quizás habría que alcanzar la carne misma, y entonces veríamos que en ciertos casos, prácticamente es el cuerpo mismo quien voltea contra sí su poder utópico y hace que todo el espacio de lo religioso y lo sagrado, todo el espacio del otro mundo, todo el espacio del contramundo, entre en el espacio que le está reservado. Entonces el cuerpo, en su materialidad, en su carnalidad, sería como el producto de sus propios fantasmas. Después de todo, ¿acaso el cuerpo del bailarín no se encuentra precisamente dilatado según un espacio que le es a la vez interior y exterior? ¿Y los que están drogados también? ¿Y los poseídos, cuyo cuerpo deviene infierno, cuyo cuerpo deviene sufrimiento, redención, paraíso sangriento? Fui verdaderamente torpe, hace un rato, al creer que el cuerpo nunca estaba en otra parte, que era un aquí y que se oponía a toda utopía.

Mi cuerpo, de hecho, está siempre en otra parte, vinculado con todos los allá que hay en el mundo; y, a decir verdad, está en otro lugar que no es precisamente el mundo, pues es alrededor de él que están dispuestas las cosas; es en relación a él, como si se tratara de un soberano, que hay un arriba, un abajo, una derecha, una izquierda, un delante, un detrás, un cerca y un lejos: el cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios se encuentran. El cuerpo no está en ninguna parte: está en el corazón del mundo, en ese pequeño núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, avanzo, percibo las cosas en su lugar, y también las niego en virtud del poder indefinido de las utopías que imagino. Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol: no tiene lugar, pero a partir de él surgen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos.

Después de todo, los niños tardan mucho tiempo en llegar a saber que tienen un cuerpo. Durante meses, durante más de un año, no tienen más que un cuerpo disperso, miembros, cavidades, orificios, y todo ello sólo se organiza, literalmente toma cuerpo, en la imagen del espejo. De manera aun más extraña, los griegos de Homero no tenían palabra alguna para designar la unidad del cuerpo. Por paradójico que parezca, frente a Troya, bajo los muros resguardados por Héctor y sus compañeros, no había cuerpos: había brazos levantados, pechos valerosos, piernas ágiles, cascos relucientes sobre las cabezas, no cuerpos. La palabra griega que quiere decir cuerpo sólo aparece en Homero para designar el cadáver.

Consecuentemente, son ese mismo cadáver y el espejo los que nos enseñan, o en todo caso los que respectivamente enseñaron a los griegos y enseñan a los niños ahora que tenemos un cuerpo, que ese cuerpo tiene una forma, que esa forma tiene un contorno, que en ese contorno hay espesor, un peso, en resumen que el cuerpo ocupa un lugar. Son el espejo y el cadáver los que asignan un espacio a la experiencia profunda y originariamente utópica del cuerpo; son el espejo y el cadáver los que acallan, apaciguan y encierran dentro de un ámbito oculto para nosotros esa gran rabia utópica que desvencija y volatiliza nuestro cuerpo a cada instante. Es gracias a ellos, gracias al espejo y al cadáver que nuestro cuerpo no es pura y simple utopía. Ahora que si pensamos que la imagen del espejo se halla en un lugar inaccesible para nosotros, y que nunca podremos estar allí donde está nuestro cadáver; si pensamos que el espejo y el cadáver están ellos mismos en una lejanía inexpugnable, entonces descubrimos que la utopía profunda y soberana de nuestro cuerpo sólo puede estar oculta y ser clausurada mediante otras utopías.

Quizás valdría decir que hacer el amor implica sentir que el cuerpo propio se cierra sobre sí mismo, que por fin se existe fuera de toda utopía con toda la densidad de uno entre las manos del otro: bajo los dedos del otro que te recorren, tu cuerpo adquiere una existencia; contra los labios del otro tus labios devienen sensibles; delante de sus ojos entrecerrados nuestro rostro adquiere una certidumbre y hay, por fin, una mirada para ver tus pupilas cerradas. Al igual que el espejo y que la muerte, el amor también apacigua la utopía de tu cuerpo, la acalla, la calma, la encierra en algo así como una caja que después sella y clausura; es por eso que el amor es tan cercano pariente de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte. Y, si a pesar de esas dos peligrosas figuras, nos gusta tanto hacer el amor, es porque cuando se hace el amor el cuerpo está aquí.

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