En esta maravillosa tarde de viernes donde se presenta una semana de vacaciones para todos los niños, me apetece compartir con ustedes algo que me corroe por dentro y, quizás, esta semana en familia es ideal para reflexionar sobre el tema.
Desgraciadamente el país donde vivimos está en decadencia en un gran abanico de aspectos que parecen no tener solución. Llama especialmente la atención la crisis económica, la falta de recursos destaca por la implicación directa que tiene sobre la supervivencia. Lamentablemente, la gran mayoría -especialmente, los que están ahí arriba- no son capaces de reorganizar prioridades y colocar en el número uno de la lista el mayor de nuestros problemas. Sí, señores, el más grande de todos: el sistema educativo.
Imaginemos un tablero de ajedrez. El objetivo del juego es sencillo: prevenir que maten a tu rey (y a ser posible matar al rey del contrario, pero eso lo dejaremos de lado para no hacer una metáfora manchada en sangre y venganzas). Si esas piezas fueran nuestra sociedad, ¿alguien se ha planteado quién es nuestro rey? ¿A quién hay que proteger por encima de todo? No señores, no es Felipe VI, actual rey de España, ni el presidente -del que, por cierto, carecemos-, ni ningún alto mando. Todos ellos deberían ser quienes estén al frente, defendiendo al verdadero rey. ¿Y quién es el rey? Los niños. Nuestros hijos. La sociedad del mañana.
Descuidando la educación de los niños, dejando de formar a las posibles promesas, al verdadero rey de nuestro país al que siempre hay que proteger, castigamos a nuestro país en todos los otros ámbitos. Ahora, la cuestión del problema es, ¿qué hay que hacer para mejorar nuestro desdichado sistema educativo? Para responder a la cuestión, en primer lugar debemos aclarar en qué consiste exactamente el sistema educativo.
La función principal del sistema educativo consiste en enseñar valores, normas, conceptos, actitudes, situaciones. Ayudar a crecer. El problema, no obstante, no radica en cuál es la función de este, puesto que está bastante reconocida, sino más bien qué forma el sistema educativo. En "Gracias, Finlandia", el señor Melgarejo nos divide de manera tremendamente acertada el sistema educativo en tres subsistemas: el subsistema escolar, el subsistema sociocultural y el subsistema familiar. Los tres son pilares básicos, esenciales, para mantener un flujo positivo dentro de la totalidad del sistema educativo. El problema de nuestra sociedad es que este engranaje no funciona, y la causa principal es que dominan valores diferentes en cada uno de los subsistemas, de tal forma que no se crea una unanimidad entre ellos y se rompe el ciclo.
Otra causa, vinculada con la primera directamente, es la identificación directa del sistema educativo con el sistema escolar, excluyendo a los otros dos. Concebir el subsistema familiar fuera del sistema educativo provoca automáticamente que se deje de responsabilizar de la función educativa que debería tener.
Yo lo veo, cada día. Los colegios reciben decenas de quejas de padres, unos pecan de exigentes, otros de permisivos, otros no se preocupan si quiera por la evolución educativa que sus hijos están teniendo. Desde luego, en los colegios hay un problema, en la mayoría de ellos. No uno, sino muchos. Aunque quizás el principal problema es la falta de calidad entre el profesorado, la falta de motivación y de pasión por el oficio. Aunque, si somos sinceros y realistas, esta desmotivación viene impuesta por la propia sociedad: ser profesor debería ser considerado una profesión de prestigio. Como lo puede ser un médico o un abogado. Y hoy en día CUALQUIERA se ve preparado para ser un profesor. Ahí, señores, hay un grave problema.
La cuestión es: los colegios no son el único problema. A pesar de la mala calidad de la educación en los colegios de este estado, ese es solo uno de los tres pilares del sistema educativo, por lo que no provocaría que la situación fuera tan grave si nos apoyáramos en los otros dos. El motivo por el cual no hay manera de arreglarlo, es probablemente porque falla otro: el subsistema familiar. Lamentablemente, no soy nadie para decir cómo debería funcionar la educación de una familia ni qué valores debería tener. Pero la maravillosa diversidad que vive nuestro país es una de las principales diferencias con las grandes potencias educadoras como Finlandia o Japón donde, a pesar de muchas diferencias entre ciudadanos, en su mayoría coinciden en los valores más fundamentales. Estos valores, adquiridos en el hogar, se transmiten de unos a otros y, sin encontrar bloqueos, crecen, evolucionan y se materializan en las personitas que van llegando año tras año.
Igual que no podemos plantar un olivo en Finlandia, no podemos traer su sistema educativo a nuestro país. Jamás hará raíz. Organicemos nuestras cabezas, nuestras casas, nuestros hogares, conozcámonos, busquemos un vínculo, aquello que nos une a todos dentro del mismo territorio más allá de los pasaportes. Cuáles son nuestros verdaderos principios y valores. Los colegios, academias, idiomas, matemáticas, universidades... todo eso ya vendrá después. Por ahora, hay que pensar una estrategia para defender a nuestro rey.
Solveig Möller