El diario parisino Le Monde de 26 de setiembre de 2009 apareció con un vistoso titular en portada: “Carrera de la productividad, competencia despiadada: ¿por qué los empleados se suicidan en el puesto de trabajo?” De la portada se reenvía a una amplia encuesta, dirigida por el periódico, situando en el centro del problema los 23 suicidios que, durante el verano, se han sucedido en France Telecom. El artículo de fondo que abre la encuesta está firmado por Cristophe Dejours, reputado profesor universitario de psicoanálisis de la salud del trabajo
(1). Se titula: “Contra el aislamiento, la urgencia de una dimensión colectiva”. En estas semanas sale el libro del mismo Dejours en colaboración con la psicóloga del trabajo Florence Bègue: Suicide et travail: que faire?
(2) Este texto es el resultado de una investigación y una reflexión que han tomado nota de cinco suicidios en la fábrica de revisión y reparación de aviones en Mermot.
La cuestión de los suicidios en el trabajo viene en Francia desde hace al menos un decenio. En la misma France Télécom decenas de suicidios de empleados, en los primeros años del nuevo siglo, todavía no habían taladrado las crónicas. Sin embargo, todo lo que estaba sucediendo en la gran empresa de telecomunicaciones ya lo había publicado Dominique Decéze en 2004: La Machine à broyer
(3). El libro describe de manera precisa “los nuevos métodos de la brutal gestión” de la empresa recién privatizada, que realizó una radical reestructuración. En las cubiertas de dicho libro aparece impreso: “Cuando las privatizaciones matan”.
En la central nuclear de Chinon los cuatro suicidios, en 2007, de técnicos de alto nivel crearon alguna alarma. Los ocho suicidios de trabajadores de las empresas que gestionaban el mantenimiento de la misma central, (fueron denunciados por la CGT en 1995) aparecieron en las crónicas locales
(4). En 2007, seis suicidios en la Peugeot de Mulhouse se añaden, en el mismo periodo, a los cuatro suicidios de ingenieros en Tecnocentro de Guyancourt (Renault). La gran mayoría de estos gestos extremos afectaron a empleados; técnicos; empleados de nivel medio-alto y a obreros altamente especializados.
Lo nuevo
El carácter nuevo y preocupante está en el hecho de que la mayoría de los suicidios se consuman de manera dramática en el mismo centro de trabajo. Los que se matan fuera dejan, no obstante, cartas de lúcida denuncia de las insoportables condiciones de trabajo. Por otra parte, también han habido numerosos intentos de suicidio. Durante los años 2007 y 2008 la prensa nacional ofrece algunos espacios informativos de estos sucesos. Las empresas organizan silenciosamente investigaciones internas. Impresiona el silencio político y la prudencia sindical. Pero estas tragedias se pierden en las crónicas sin suscitar debate público alguno. En marzo de 2009, Paul Moreira realiza por la red televisiva France 2 el documento Travailler à en mourir. El documentalista toma nota de los suicidios en el Tecnocentro de la Renault y relata situaciones similares en otros centros de trabajo. Consigue una audiencia sorprendentemente alta. Moreira, con el periodista y escritor Hubert Prolongeau, amplía las investigaciones en un banco, en el Tecnocentro ya citado y en la planta siderúrgica Arcelor-Mittal. En septiembre de 2009, cuando explota el caso Télécom, Flammarion publica el resultado de la investigación Travailler à en mourir
(5).
Enormes resistencias se oponen a darle relevancia pública a estos gestos tan enraizados en lo íntimo de la persona y, desde siempre, situados en lo insondable de la esfera privada. Las direcciones empresariales indican inmediatamente dificultades psicológicas o perturbaciones de la vida familiar. Los sindicatos se encuentran desconcertados y desarmados. Y, sin embargo, estos suicidios en el puesto de trabajo dejan mensajes desesperados pero concretos.
Fuente: La Factoría